Estábamos precisamente en vísperas de un momento clave del (mal llamado) proceso de paz, con la visita prevista a Washington del primer ministro hebreo y del presidente de la Autoridad Palestina.
Y he aquí que Israel, con una acción violenta grotescamente desproporcionada, hace subir la tensión hasta un punto que dará probablemente al traste con las negociaciones indirectas apenas empezadas.
No es la primera vez que se produce tal desgraciada coincidencia.
Y la repetición de este escenario, precisamente, lleva a una conclusión inevitable: Israel no quiere saber nada de un proceso de paz que le obligaría a hacer concesiones.
Un proceso que llevaría a que el Estado palestino pase por fin de la fase de las palabras a la fase de las realidades. Es, precisamente, lo que quiere evitar Tel Aviv, cuyo objetivo es claro: ganar tiempo, mientras la política de asentamientos en los territorios ocupados hace progresivamente inviable la creación de dicho Estado.
Pero el sangriento asalto israelí contra una flotilla humanitaria podría por lo menos tener una consecuencia positiva si lleva la comunidad internacional, y entre otros la UE, a dejar de cerrar los ojos respecto de lo que pasa en Gaza.
¿Cuánto tiempo más se va a permitir que la población del enclave siga sometida a un bloqueo inhumano por el simple hecho de no haber votado como Occidente quería que votara?
¿Y cuánto tiempo más se va a seguir ignorando a sus autoridades elegidas?
Hamás es una organización terrorista, asegura Israel, imitado por la UE.
Pero la Historia da muchas vueltas: ¿acaso no eran también terroristas los grupos Irgoun y Lehi, dos de cuyos principales jefes llegaron posteriormente a presidir el gobierno israelí?
La agresión israelí, cometida además en aguas internacionales, lleva también a una pregunta más de fondo: ¿hasta dónde la UE puede seguir comulgando con ruedas de molino y fingir que cree en un proceso de paz cuya defunción de hecho ha sido decretada hace tiempo ya por una de las partes?
Un proceso de paz que sólo puede eternizarse mientras Israel deja que se vaya pudriendo la situación, hasta el momento en que la comunidad internacional, harta frente a este conflicto sin fin, pueda cerrar los ojos y aceptar la creación de uno o varios bantustanes en Cisjordania en el mejor de los casos, o la expulsión progresiva de sus habitantes en el peor.
Queda claro, hoy, que sólo las presiones internacionales (las reales, no las retóricas) pueden impedir este escenario.
A pesar de las presiones del lobby proisraelí, Barack Obama parece tomar consciencia de ello.
Es de temer que la UE, por su parte, llegue, una vez más, tarde.
Manuel
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