En cuanto tiene oportunidad, pregona dos o tres ideas elementales que, precisamente por su trivialidad, enfervorizan a sus fieles adoradores y proporcionan algo de calor a los desmayados intentos del Partido Popular por articular una política económica propia y creíble en tiempos tan complejos como los presentes.
La letanía eterna del estadista Aznar es que Zapatero está arruinando el país.
La última versión de esta idea fue una rencorosa formulación histórica publicada el 16 de mayo en el Financial Times: "En los últimos 160 años, ningún Gobierno de izquierdas ha sido capaz de rescatar a España de una crisis económica".
La deducción que se sigue de una afirmación tan pintoresca es que "el actual Gobierno del PSOE es incapaz de resolver los problemas de España" y que solo un Gobierno nuevo (del PP, se entiende) puede hacerlo.
La segunda idea pretende relacionar el supuesto milagro económico de Aznar en 1996 con la acuciante necesidad de que el PP de Rajoy acceda al Gobierno para repetir la misma cura milagrosa.
El milagro aznarí, dice el cuento, salvó a la economía española del miserable destino al que estaba condenada por el despilfarro y la corrupción de los pérfidos socialistas.
El portento sucedió más o menos así, según resume el mismo Aznar en el prólogo al libro autolaudatorio España. Claves de Prosperidad: "El éxito económico del periodo 1996-2004 responde (...) a la sustitución de las malas políticas aplicadas con anterioridad por buenas políticas a partir de entonces. Se consiguió con el reemplazo de políticas socialistas -alérgicas a la economía de libre mercado y adictas al gasto público, al déficit público y a los altos impuestos- por políticas liberales, comprometidas con la libre iniciativa...".
Aznar y el PP se han apoderado de la idea de que ellos y solo ellos hicieron lo necesario para recuperar la economía hace 14 años; y que ellos y solo ellos disponen de la magia para acabar con la crisis actual y crear un paraíso para los 4.600.000 parados.
Venden un elixir universal (buenas políticas liberales), una especie de ungüento de eficacia fulgurante que pueden adquirir confiadamente en las urnas todos aquellos que crean que la política y la economía responden a los estímulos de recetas seguras.
Esta visión dislocada de socialistas malos, liberales buenos y recetas políticas salvadoras merece tres o cuatro objeciones para que se aprecie la escasa profundidad real de las políticas económicas de los Gobiernos de Aznar y, por extensión, las que podría desarrollar Rajoy.
1. Es radicalmente falso que el PP heredara en 1996 una situación económica catastrófica.
Cualquiera que revise las estadísticas de crecimiento que publica el Ministerio de Economía encontrará que en 1996 la tasa de crecimiento económico fue del 2,4% y que la fase de recesión concluyó en 1993 con una contracción del PIB del -1,1%. La tasa de paro, sin embargo, se resistía a bajar con rapidez, algo que es habitual en un mercado laboral tan inelástico como el español (23,9% en el cuarto trimestre de 1993, 22,8% en 1995).
Tan cierto es que la recuperación estaba en marcha cuando el PP llegó al Gobierno que el Banco de España inició a principios de 1996, antes de las elecciones generales, un viraje en la política monetaria y aplicó una suave y paulatina reducción de los tipos de interés para reforzar la reactivación y, por supuesto, con el propósito de situar los tipos en el cuadro de exigencias de Maastricht.
2. Es incierto que los Gobiernos de Aznar aplicasen de seguido una política de austeridad presupuestaria.
La integración de España en el área del euro exigía cumplir con el requisito de un déficit público inferior al 3% del PIB (unos objetivos económicos tan impuestos a España como hoy el ajuste del gasto) y a ello se aplicó el primer Gobierno de Aznar, con un generoso recurso a la contabilidad creativa. Pero una vez cumplida la entrada en el euro, las exigencias se relajaron y los Presupuestos se hicieron complacientes. Nueve de cada 10 economistas consultados lamentan que a partir de 1999 los Presupuestos fueran crecientemente expansivos y, por lo tanto, procíclicos.
Otro hecho: Aznar nunca consiguió cerrar el Presupuesto con superávit.
3. Es un cuento chino que los Gobiernos del PP "hicieran los deberes" en materia de reformas económicas.
Ni liberalizaron mercados, ni cambiaron las condiciones laborales, ni se atrevieron con una Ley de Cajas, ni racionalizaron la Administración pública, a pesar de que su programa electoral incluía la grotesca promesa de suprimir ¡3.000 altos cargos!
Eso sí, privatizaron empresas públicas (cuyas presidencias entregaron después de la privatización a empresarios y políticos afines, atropellando así el derecho de los accionistas privados a elegir ex novo a los gestores), muchos ciudadanos se hicieron accionistas bajo la ilusión del capitalismo popular y concibieron la vana esperanza de que las plusvalías bursátiles constituirían en adelante una segunda fuente de ingresos.
4. De lo anterior se desprende fácilmente que la época de prosperidad que vivió la economía española entre 1996 y 2004 nada tiene que ver con supuestas decisiones económicas de Aznar y su equipo económico, ni con fantasmales "deberes" hechos con recetas de economía paranormal que solo están al alcance de estadistas de la talla de José María Aznar o, ahora, de Mariano Rajoy. Nada de eso.
Las tasas de crecimiento económico de la economía española en ese periodo se explican por los efectos de una política monetaria (decidida en el Banco Central Europeo) excesivamente relajada en relación con la elevada inflación española.
Resultado: tipos de interés reales negativos, estímulo masivo de las operaciones especulativas, una burbuja inmobiliaria progresiva que los equipos económicos de Aznar se negaron a controlar, alicatado total de las costas, corrupción municipal y cientos de miles de empleos precarios.
Si no fuera por un malentendido que conviene aclarar -Aznar es un liberal declarativo, en ningún caso operativo; no hay constancia de que haya liberalizado jamás, en poco o en mucho, mercado o actividad alguna-, cabría extrañarse de que las buenas políticas liberales produjeran resultados tan pésimos.
Por esa razón, las recetas económicas del PP son de naturaleza paranormal.
Se enuncian, se invocan y, aunque no se aplican de verdad, juran Aznar, Rajoy y Cristóbal Montoro que convierten la catástrofe socialista en prosperidad liberal.
Igual que los miembros de la secta de los hesicastos del Monte Athos mantenían los ojos en el ombligo conteniendo la respiración a la espera de una revelación en forma de resplandor, los dirigentes del PP mantienen la mirada perdida en unas recetas económicas irrelevantes por su carácter genérico.
Hoy con Rajoy como ayer con Aznar, el ombligo económico del PP se compone de generalidades sin valor: controlar el gasto público, reformas estructurales y rebajas de impuestos. Leibniz diría que son preceptos de boticario:
"Tome lo que desee, haga lo que convenga y obtendrá el resultado que quiere".
Claro que hay que reducir el gasto público, pero no en 2008, como pretendía Rajoy, sino ahora, porque sin los planes de estímulo (mal ejecutados por el Gobierno, pero al menos concebidos), hoy tendríamos más de cinco millones de parados; las reformas estructurales convienen siempre, pero el PP nunca se manchó las manos con una y ahora se limita a vocear en la cara del Gobierno las que todo el mundo cita, al modo que los espectadores taurinos injurian airados al torero para que se acerque más al toro; y, aunque el estadista Aznar asegure que "la decisión del Gobierno de elevar los impuestos es un error que empeorará la crisis", lo cierto es que casi todas las instituciones mundiales recomiendan subir los impuestos para corregir el déficit.
Es un alivio saber que la economía española está intervenida desde Bruselas y vive en régimen de protectorado, como dice despectivamente Rajoy.
Si no lo estuviera, correríamos el riesgo de que un Gobierno del PP salido de un hipotético adelanto electoral (bien poco probable) se dedicara a combatir la recesión y la crisis de la deuda bajando impuestos.
Cualquier cosa que haya estropeado Rodríguez Zapatero con su indecisión pueden arruinarla del todo Aznar, Rajoy y Montoro con sus recetillas caseras.
Manuel
#606
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