sábado, junio 12, 2010

La demagogia cotidiana

Dice Mariano Rajoy, tan proclive a las frases grandilocuentes y vacías de contenido, que España ha perdido la soberanía económica.
Rajoy sabe o debiera saber que ni en la época imperial, tan grata a su clientela, ha tenido España soberanía económica. El rey Felipe II se vio obligado a declararse por tres veces en bancarrota y confiscar la plata de Indias, con lo que sacrificó al país en el altar de la disparatada política dinástica heredada de su padre, acuciado por sus acreedores.

También sabe o debiera saber Rajoy que, cuando España entró en la UE y luego en la zona euro, renunciaba a su soberanía económica, como los demás Estados, para conseguir precisamente más seguridad económica.
Algo tan viejo como la política internacional y los Estados, que Mariano Rajoy conoce o debiera conocer.
Pero le interesa más ganar unas elecciones -algo que nunca ha logrado-, que sacar a su país del atolladero.
Por eso hace demagogia barata.

AURELIO MENA HORNERO - Madrid - 11/06/2010




Límites de la oposición

El Partido Popular parece atrapado en la contradicción de que, cuanto más le favorecen las encuestas, menos se comporta como alternativa de Gobierno.
Tras el recorte del gasto público y la reforma del mercado laboral anunciados por Rodríguez Zapatero, medidas ambas que le había reclamado Rajoy y que recientemente han avalado la Unión Europea y las instituciones económicas internacionales, la principal fuerza de oposición sigue buscando desesperadamente un discurso político desde el que seguir eludiendo sus responsabilidades.
Hasta el punto de que, en el deseo de distanciarse a toda costa del Ejecutivo, el PP prefiere desdecirse de sus posiciones anteriores y lanzar eslóganes inverosímiles e irrisorios.

La sistemática reducción del debate político que España necesita a una mera confrontación propagandística con fines electorales revela una pobre visión del papel que las instituciones representativas y los usos democráticos están llamados a desempeñar frente a la crisis.
No solo a efectos internos, impidiendo que las dificultades económicas se traduzcan en desaliento y desesperanza, sino también con la mirada puesta en las consecuencias internacionales de las declaraciones realizadas por unos dirigentes políticos que podrían llegar a gobernar.

Rajoy y su equipo ignoran, o fingen ignorar, que la credibilidad de un país no depende solo del Gobierno.
Un partido que cambia bruscamente de criterio sin haber salido de la oposición, y que además lo hace por oportunismo, no es una garantía para nadie en el caso de que algún día llegue el poder.

Por muchos errores que haya cometido el Gobierno socialista antes de adoptar una reacción a la altura de la gravedad de la crisis, existen ciertos límites en la crítica que el PP no debería traspasar.
Las declaraciones de sus principales dirigentes tras la falsa alarma de Hungría, fruto de una irresponsabilidad de su nuevo Gobierno, pusieron en peligro la prosperidad de todos y cada uno de los ciudadanos en España, sacrificándola al interés de sentar a Rajoy en La Moncloa cuanto antes.
Y otro tanto cabe decir de la manera en la que el PP está tratando los casos de corrupción que le afectan, siempre anteponiendo las expectativas electorales propias al respeto de las instituciones comunes.
En contra de lo que suponen sus estrategas, tales exhibiciones de ansia de poder y de impudicia política podrían dar al traste con el objetivo que hoy creen al alcance de la mano.

El mismo partido que no cesa en sus intentos de debilitar la posición interna e internacional del Gobierno no solo no ha dado señales de cuáles son las políticas que llevaría a cabo; tampoco muestra el equipo económico con el que las pondría en práctica.
Salvo que por equipo económico se entienda el coro de portavoces que amplifican un prontuario de eslóganes sin más coherencia y fuste que intentar abrirse paso como sea hasta alcanzar el Gobierno.


Manuel
#599

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