Los partidos no sólo han seguido ignorando que el asunto sobre el que se vota es el futuro de la Unión Europea, y lo que a ese futuro pueda aportar la Cámara de Estrasburgo. Se han enzarzado en debates en clave puramente nacional, y lo que es peor, en muchos casos, de una ínfima altura.
Y además preparan una lectura interna del resultado.
Las escasas excepciones, salpicadas en algún debate televisado, sólo han confirmado la regla. Algunos de los partidos minoritarios, sobre todo las coaliciones nacionalistas o IU-IC, intentaron no esquivar el bulto del asunto sobre el que se votará. Pero sus exhibiciones de europeísmo autoproclamado contrastan con la realidad de que sus programas, o sus cabezas de lista, están sesgados por un incipiente euroescepticismo, como se demostró en su actitud refractaria u hostil en el referéndum sobre la Constitución europea (y en cambio, su aplauso a su versión menos ambiciosa, el Tratado de Lisboa).
La enorme abstención prevista puede anotarse, pues, en la cuenta de los partidos, aunque sus víctimas sean el prestigio y la legitimidad de la Eurocámara, y de rebote, lo que significa en el entramado comunitario: un contrapeso a las tendencias individualistas de muchos de los Gobiernos.
Es falso que el desinterés de la ciudadanía por Europa sea inevitable, y la prueba es que en otros momentos ha formado parte de las aspiraciones compartidas por todo el electorado. Y no es cierto que sea incapaz de entender su alcance y necesidad en un mundo globalizado, en el que las decisiones nacionales apenas tienen incidencia. Quienes han sido incapaces de vincular el debate nacional con las políticas europeas han sido los partidos.
El Parlamento que surgirá del 7-J ostentará muchas competencias para codecidir con los Gobiernos en la UE. De hecho, más competencias que nunca, a menos que las crisis checa y británica arruinen el Tratado de Lisboa. Aunque le falte la potencia de arrastre que supondría la capacidad para designar un Gobierno, podrá influir en la política contra la crisis, la evolución del modelo social o los dilemas ambientales. Así sucedió en la última legislatura en asuntos como los vuelos secretos de la CIA o las directivas más escoradas hacia el ultraliberalismo social.
La UE afronta retos como el de completar la unión económica y monetaria, reforzar la política exterior, salvar el Estado de bienestar o incrementar la seguridad interna. Para ello conviene evitar la erosión de legitimidad asociada a la abstención.
Pese a la lógica tentación de castigar a toda la clase política, no hay que olvidar que votar es un deber cívico y también un derecho al que no hay que renunciar.
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