Rey Lear, de Shakespeare.
El famoso futbolero Albert Camus, también conocido como novelista y filósofo, propone que la única pregunta realmente seria es si uno debería o no suicidarse.
Si viviese hoy, reconocería que ha surgido otra fundamental, también relacionada con el suicidio:
O, para plantearlo de otra manera:
No nos referimos a la filosofía de juego del equipo.
Optar por una estrategia de destrucción en vez de creación, de pelotazo en vez de posesión, y considerar que un 0-0 en casa en el partido de ida de una semifinal de la Champions es un objetivo digno de celebrar no es nada nuevo en el fútbol ni tampoco irracional si se parte de la premisa -la admirablemente humilde premisa- de que el rival es muy grande y la única forma de oponerse a él es jugando como un equipo pequeño.
No. Hablamos de las declaraciones de Mourinho después de que sus planes para un empate a cero contra el Barça se torcieran y su equipo perdiese por 0-2.
El contexto fue una rueda de prensa, pero, salvo el sector Torrente de la afición madridista, cualquier observador medianamente lúcido habría entendido que esa no fue la denominación indicada para describir semejante coloquio.
Se trataba de una intensísima sesión de psicoterapia que debería haber permanecido en privado, entre paciente y médico, pero fue transmitida en directo a millones de personas en todo el mundo.
Eso sí, fue un espectáculo magnífico, aterrador, digno de una obra de Sófocles o de Shakespeare o de una novela de Dostoievski en la que el héroe, en un éxtasis de agonía existencial, clama contra el universo.
El "¿por qué?" mourinhiano pasará a la leyenda junto a los gritos impotentes de Edipo, el rey Lear o Iván Karamazov ante la ciega injusticia celestial.
La particular dificultad que nos plantea el monólogo de Mourinho, el aspecto psiquiátrico de la cuestión, radica en la desproporción entre causa y efecto.
No acababa de descubrir que había matado a su padre, que sus hijas le habían usurpado el poder, que Dios no existía o que, aunque existiera, no podía alabarle, ya que permitía la muerte de los niños. No, no.
Lo que le había abierto los ojos al horror de la condición humana fue la tarjeta roja que vio un joven llamado Pepe, castigado por un organismo de Naciones Unidas dedicado a aliviar el sufrimiento de los niños que Dios ha abandonado.
Ante semejante calamidad, Mourinho tuvo una revelación. De repente, entendió que la vida carece de sentido, que todo es una broma, que el mundo es "un asco".
Pero, trastornado por el poder absoluto, se había equivocado espectacularmente de escenario.
Invadido por una mezcla tóxica de paranoia y egomanía, pensaba que estaba actuando en una tragedia de dimensiones épicas cuando se trataba de una comedia con un protagonista, repetimos, llamado Pepe.
Lo que queda por ver ahora es si los mandatarios del Madrid se han percatado de esta grotesca realidad y si consideran que una entidad cuya imagen mundial ha sido al fútbol lo que el Rolls Royce es a los automóviles o la familia real británica a la aristocracia puede seguir con él al mando. De la señoría se ha pasado a la farsa y, por si alguien cree que estamos expresando una opinión idiosincrática o incluso original, échenle un vistazo a los diarios británicos, hasta esta semana admiradores casi incondicionales del entrenador portugués.
Simon Barnes, del Times, por elegir un ejemplo, escribió que Mourinho se había revelado por lo que es, "el loco del metro" que cualquier día aparece en el andén y te dice que es Napoleón.
"El Madrid ha caído en el ridículo", dice Barnes, laureado y veterano periodista deportivo, "y la imagen que transmite el club es mucho más tonta de la que vimos cuando fracasaba con sus anteriores entrenadores".
¿Se reconocerán en este espejo los otros amos del Madrid, los que Mourinho ha desplazado?
¿Harán algo al respecto?
¿O, contaminados de la enfermedad caligulesca del pobre hombre que han dotado de poderes sin límite, caerán en la inconsciencia de permitir que un grandioso club se desplome hacia el suicidio?
Manuel
#719
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