En las cartas que en 1748 David Hume envía a su hermano desde Alemania muestra gran admiración por sus habitantes, “muy trabajadores y honrados que, si estuvieran unidos, serían el mayor poder que ha habido nunca en la tierra”.
Y en efecto, una Alemania fraccionada en 1.000 unidades políticas alumbra una ilustración que pronto va a competir con la inglesa y la francesa.
Además de reducir a una treintena el número de Estados alemanes, Napoleón provoca, directa o indirectamente, una modernización social que trae consigo, sobre todo en Prusia, una mejoría importante de la educación.
A pesar de que el absolutismo continúe, se produce un desarrollo económico y cultural que, con la derrota de Francia en 1870, abre las puertas a la unificación.
En las próximas décadas la Alemania unida se consolida como el centro de la actividad científica mundial y a comienzos del siglo XX llega a superar económicamente a Reino Unido, en liza ya solo con Estados Unidos.
A pesar de las exorbitantes cargas que imponen los vencedores tras la derrota en la I Guerra Mundial, la República de Weimar vive una década fabulosa en la creación cultural y el desarrollo científico.
En buena parte debido a la crisis mundial, termina por despeñarse en el totalitarismo nazi, que en la persecución de sus objetivos muestra una especial energía criminal.
Destruido totalmente el país al final de la II Guerra Mundial, en los años cincuenta se produce el llamado “milagro alemán”, que afianza el proceso de integración europea.
Este rapidísimo repaso era necesario para percibir todo el alcance de que hoy se vuelva a hablar de Alemania como de un caso especial, tanto más significativo, cuando desde los comienzos de la República Federal el empeño prioritario había sido fundirse por completo en el mundo occidental, aun al altísimo precio de renunciar a la unidad nacional.
Veinte años después de la unificación, convertida en la primera potencia económica europea, Alemania logra adelantarse a los demás países de la Unión en la salida de la crisis y con una fortaleza económica creciente, parece que volviera a recorrer un “camino especial”.
Y esto ocurre, justamente, cuando asistimos al progresivo derrumbamiento del mundo occidental, tanto por la fragilidad creciente de la Unión Europea, como por haberse sobrevivido la OTAN: nunca había tenido tantos miembros, pero, perdido su carácter exclusivamente defensivo, al haberse quedado sin un enemigo común, tampoco una tan débil solidaridad interna.
El hecho es que Alemania marcha cada vez más por una senda propia en la política de defensa de la moneda común, de la que en buena parte dependen sus exportaciones, y tiene que compatibilizar las relaciones con Estados Unidos con los intereses que la vinculan a Rusia y China.
Se abstiene de intervenir en Libia, dejando claro que su ámbito de influencia, más que en el Mediterráneo, está al este de Europa; en fin, asiste impasible al desmoronamiento del eje franco-alemán, que está siendo sustituido por uno franco-británico, al que parece que Italia quiere unirse.
El fantasma de la Europa anterior a 1914 se perfila difuso en el horizonte.
En política internacional y en la comunitaria, Alemania marcha por una senda que se distingue cada vez más de la de sus socios, como consecuencia de una política interior también cada vez más diferenciada: un crecimiento del 3,6 que en buena parte se debe a una formación tecnológica y profesional sin parangón en Europa, y la cuota de desempleo más baja desde la unificación (7,3), aunque se sea muy consciente de que a la larga será preciso arrastrar una población no empleable (Hartz-IV).
El “camino especial” de Alemania queda bien palpable en que las élites políticas y económicas hayan asumido abandonar la energía nuclear, no solo por una fuerte presión popular, sino convencidas de que apostar por las renovables permitirá desplegar, y luego exportar, nuevas tecnologías.
Alemania se coloca a la cabeza de Europa, una posición que ya había ocupado repetidas veces, pero contando siempre con una misma oposición de los demás europeos que la llevan a un aislamiento muy difícil de manejar.
El problema de Alemania es que no se acepta su hegemonía.
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