¿Qué habría ocurrido sin el euro? se preguntaba a finales de la semana pasada, el primer ministro de Austria, Alfred Gussenbauer a finales de la semana pasada.
La respuesta está en Islandia, un país cuya divisa, la corona islandesa, llegó a perder hasta el 70% de su valor.
Durante los últimos meses las autoridades islandesas habían pedido inútilmente ingresar en el euro, por un camino equivocado al pretender conseguirlo sin entrar en la UE.
Con el vendaval financiero, sin el euro muchos países habrían entrado en la carrera de devaluaciones competitivas, que les habrían salvado temporalmente, pero algunos habrían quedado fuera de juego para mucho tiempo.
La crisis va suponer la mayor prueba de fuego para el euro, que este año cumple su décimo aniversario de su adopción. Todavía no se puede hablar de prueba superada. Desde que empezó la crisis se ha ido depreciando respecto al dólar, lo que refleja que en momentos de grandes temporales, el dólar sigue siendo la moneda refugio por excelencia.
Pero la crisis también ha forzado la cooperación entre los distintos Bancos Centrales, como quedó patente con la reciente decisión de bajar conjuntamente los tipos de interés, lo que supuso un trato entre el euro y el dólar en pie de igualdad.
El euro y el BCE han sido la expresión más explícita de que Europa ha actuado con una sola voz. Daniel Gros, director del CEPS y Stefano Micossi, director de Assonime, apremian en El coste de la No Europa a los líderes para que aprendan más acciones en común. Estiman que una inyección de unos 300.000 millones de euros de capital para apuntalar los bancos europeos sería suficiente para restaurar la confianza.
Manuel
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