Ahora percibimos a Adolfo Suárez poco menos que como un héroe de Troya.
Como Gutiérrez Mellado o el cardenal Tarancón.
Como ocurre con los fotogramas de las buenas películas, los rostros van adquiriendo un aura mítica.
Sin embargo, si viajas a las hemerotecas de aquel tiempo procura ir bien equipado para adentrarte en la ciénaga. La cacería tipográfica todavía hiere los ojos.
Produce náusea tanta tinta infectada por el odio.
Resulta muy ilustrativo ver cómo los titulares van cimentando un callejón sin salida para así llegar al final apodíctico: "Estamos en un callejón sin salida".
Las de Suárez y Zapatero no son vidas paralelas.
Como tampoco Obama es Fran-klin Roosevelt, aunque algunos de los que subrayan la diferencia nos ocultan que el admirado impulsor del new deal fue despellejado por los vejaministas de su época.
Pero el mayor parecido no radica tanto en los personajes, sino en los odios irracionales que despiertan. Ese si es un rasgo histórico que comparten Suárez y Zapatero.
Las descargas de odio sobre ambos no son consecuencia de ninguna crisis, sino que se generan desde el primer momento.
¿Por qué? No son agresivos, ni soberbios, ni autoritarios, ni tontos de remate.
¿Cuál es la naturaleza de semejante odio? A Suárez lo mandaban al paredón. A Zapatero, en una manifestación de organizaciones piadosas, lo arrojaban al "agujero" junto con su abuelo ejecutado.
La también piadosa e ilustrada alcaldesa Rita Barberá ha dicho del presidente un octonario:
"Incompetente, ignorante, inmoral y miserable".
A lo que Zapatero podría responder: "¡Eso da votos, Rita!".
Pero, ¿puede sobrevivir el humor cuando a continuación se zahiere a la familia? John Galbraith dijo que la política consiste en elegir "entre lo desastroso y lo desagradable".
Tal vez tenemos un Gobierno desastroso.
Pero también es mala suerte tener una oposición desastrosa y desagradable.
Manuel
#577
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