domingo, mayo 30, 2010

Enterrar a los asesinados por los fascistas

Los falsos historiadores distorsionan la verdad.
No se puede meter en el mismo saco lo ocurrido en las mal llamadas dos zonas de la Guerra Civil española.
En una, la republicana, se defendía la legalidad; en la otra, la rebelde, estaban los sublevados que provocaron la guerra.

En la retaguardia republicana, las crueldades tuvieron lugar durante los meses que duró la guerra y, casi exclusivamente, en los primeros.
En el lado rebelde, los asesinatos y consejos de guerra no solo se produjeron durante el conflicto sino que se prolongaron durante 40 años.

Ni cuantitativa ni cualitativamente fueron iguales los crímenes cometidos.
Cuantitativamente, las víctimas republicanas y luego antifranquistas fueron más desde el primer momento y se prolongaron mucho más en el tiempo.
Cualitativamente, los generales traidores, desde que empezaron a preparar la sublevación, optaron por implantar el terror. Cuanto más dura fuera la represión, mejor. Consideraban que solo así podían triunfar contra un Gobierno que contaba con el apoyo de la mayoría del pueblo.

Desde la primera Instrucción reservada de Mola, de febrero de 1936, se exige a los conspiradores esa implantación del terror. También en las directivas para Marruecos, del 24 de junio de 1936, se detalla cómo proceder de manera inmediata a la eliminación de los izquierdistas, la detención de las autoridades civiles republicanas y el cierre de partidos y sindicatos.

Los crímenes rebeldes comenzaron antes del 18 de julio.
Ya el 17 se concentró a cientos de detenidos en el campo de Zalúa, a 27 kilómetros de Melilla, y allí fueron asesinados 189 de ellos, incluidos muchos militares contrarios a la sublevación. La ola de terror se adueñaba de inmediato de cada parcela en la que triunfaban los sublevados.
Obreros, campesinos, alcaldes y concejales, maestros, médicos, etcétera, eran llevados en camiones a los cementerios para su fusilamiento.En pastorales y homilías, los obispos bendecían esa "limpieza" de España.

En la zona en la que mandaba el Gobierno legítimo, este se vio en primer lugar desbordado por la sublevación de buena parte del Ejército. Tuvo que ser el pueblo en armas el que lo defendiera.
Con esas armas, algunos comenzaron la ola sangrienta de la revolución que se enfrentó a la previa ola sangrienta de la contrarrevolución.

Otra diferencia entre los crímenes cometidos en la zona republicana y los que tuvieron lugar en el lado de los sublevados, es que el Gobierno, en cuanto le fue posible, intentó y consiguió impedirlos. Los dirigentes republicanos, piénsese en Zugazagoitia, fueron los primeros en protestar por las barbaridades en su zona.
Nada de eso ocurría en el bando rebelde.
El director general de Prisiones le decía al general Mola: "Hay que echar al carajo toda esa monserga de derechos del hombre, humanitarismo, filantropía y demás tópicos masónicos".
Y con este espíritu, los sublevados prolongaron sus crímenes hasta la muerte del dictador, en 1975.
No es posible, pues, meter en el mismo saco los crímenes de unos y otros.
Es mentira sostener que en ambos bandos se practicó una enfurecida limpieza étnica, como sostenía Joaquín Leguina en su artículo Enterrar a los muertos.

La Transición supuso el paso de la dictadura a la democracia. No fue buena, ni mala.
La quiso el pueblo, su principal protagonista. Los que intervenimos, de ambos lados, hicimos lo que se debía y lo que se podía hacer en las circunstancias nacionales e internacionales del momento.
Una de ellas era la presión y el miedo al Ejército que había ganado la guerra (muchos generales del momento habían estado en la División Azul o participado en consejos de guerra del franquismo). Otras eran la guerra fría, la situación económica española y la imperiosa necesidad de incorporarse a Europa.

La Ley de Amnistía se hizo pensando en los represaliados por el fascismo.
No en los crímenes cometidos por el régimen, que entonces no eran considerados como tales.
Además, los crímenes contra la humanidad y los genocidios ni son amnistiables ni prescriben.
Enjuiciarlos no es delito. Es un deber.

Es falso decir que se pide que solo sean honrados los asesinados por los fascistas.
También es falso afirmar que se pide que sus asesinos sean juzgados.
Solo se quiere enterrar dignamente a las decenas de miles de asesinados que permanecen en las cunetas. No se pretende perpetuar la división entre los españoles. Todo lo contrario.
La dignidad de esos muertos y de sus familias es el único modo de pasar definitivamente la página.

Cuando los falsos historiadores mantienen hoy la versión que sobre la guerra y la dictadura escribieron los vencedores, lo hacen con el beneplácito de los dirigentes del PP, que quieren así justificar el que ese partido se niegue a romper con el franquismo.
Es una exigencia que procede de la extrema derecha que aún forma parte de sus filas.
Por el contrario, las derechas civilizadas europeas sí condenan los fascismos que subyugaron a sus países, no se sienten sus herederos y no admiten como antecedentes a Hitler o Petain.

Es cierto que no todos los votantes del PP se sienten relacionados con el franquismo.
Pero no es verdad que "media España" vote al PP.
Háganse las cuentas: la mayoría de nuestro pueblo vota al PSOE, Izquierda Unida y otras formaciones de ámbito español o autonómico que sí reniegan explícitamente del franquismo.

Teodulfo Lagunero es catedrático de Derecho Mercantil y abogado.


Manuel
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