2 artículos para entender mejor lo que está ocurriendo.
J. M. Martí Font
El País, Domingo, 15/04/2007
Francia duda, se siente asediada por la globalización, no comprende que el mundo pueda seguir adelante sin preguntarle por el camino.
Sigue repitiéndose que es la cuarta potencia industrial del planeta, la patria de los derechos humanos, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, una potencia nuclear y muchas otras cosas. Todas ciertas. Pero no cambian el hecho de que el traje con el que atravesó la segunda mitad del siglo XX, con el que logró una gran prosperidad y construyó uno de los modelos sociales más protectores de la historia, ya no le sirve para los desafíos del siglo XXI. La gigantesca deuda pública que ha acumulado -más de un billón de euros- es la mejor prueba.
Mañana, los franceses están llamados a una elección que comportará un modelo de futuro.
Rompiendo la tradición de la V República, los dos principales candidatos a la presidencia -el conservador Nicolas Sarkozy y la socialista Ségolène Royal- son novatos, es decir, es la primera vez que emprenden la carrera al palacio del Elíseo. Tienen entre 53 y 55 años, lo que en Francia se considera joven para un político, pero llevan toda su existencia en la vida pública: los dos han sido ministros.
La campaña arrancó con los grandes temas: la deuda, las pensiones, el desempleo, el deterioro del poder adquisitivo, las deslocalizaciones industriales, la reforma del Estado, la revisión de la arquitectura constitucional... Pero fue un espejismo. La recta final se está jugando con la pólvora de la demagogia sobre la delincuencia, la inmigración, la seguridad, la identidad, la bandera y el patriotismo.
Los candidatos han interiorizado la banalidad de una sociedad que sólo pregunta por lo suyo, como se ha podido comprobar en los debates televisivos con ciudadanos. Y también que la cultura del cambio no es una de las características de una sociedad que prefiere mirar por el retrovisor a un pasado idealizado antes que adoptar soluciones importadas que puedan modificar, por poco que sea, sus derechos adquiridos.
Francia es, ante todo, un Estado hipertrofiado. es una especie de Unión Soviética que ha funcionado. Tal vez fuera cierto en algún momento. Pero en 1997, el modelo francés ya hacía agua. Y la reforma se aplazó.
La crisis de 1929 había afectado menos a Francia que a los demás países occidentales porque los franceses no entendían nada de economía. Y es cierto, los franceses siempre han estado más interesados por la política. Una peculiaridad que ha tenido algunas ventajas, y algunos inconvenientes, como no haber sabido integrar la globalización. Les cuesta mucho aceptar la idea de que viven en un mundo liberal y aún debaten sobre este asunto.
Se define Francia como una potencia de tamaño medio que usa sobre todo su poder de decir no.
Un grado que le cuadra si se la compara con potencias emergentes como China, India o Brasil, pero insuficiente si se la mide por su potencial económico, político y diplomático. Miembro permanente del Consejo de Seguridad, participa en 13 de las 18 operaciones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas, y dedica el 0,47% de su PIB a ayuda al desarrollo.
La red de embajadas y consulados franceses es la segunda mayor del mundo, sólo por detrás de la de EEUU: París dispone de 158 embajadas, 95 consulados y 144 institutos y centros culturales servidos por más de 20.000 funcionarios. Sin contar con 400 escuelas e institutos en 130 países. Unas cifras que hablan de las dimensiones espectaculares del Estado francés.
Francia tiene más de cinco millones de funcionarios. El Estado emplea al 22,8% de los asalariados. Tres de cada cuatro jóvenes sueñan con ser funcionarios, según una encuesta.
Francia distribuye más riqueza de la que crea.
Los candidatos, por su parte, buscan chivos expiatorios para estos problemas, y en especial para el de las deslocalizaciones industriales. Culpan al euro fuerte de la falta de competitividad de la industria francesa y disparan contra la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE), que por otra parte está en manos de un francés, Jean-Claude Trichet.
Pero Alemania, con la misma moneda y con una economía incluso más orientada a la exportación que la francesa, ha recuperado el crecimiento y su condición de locomotora europea.
En Francia hay una curiosa dualidad:
- Por un lado, un modelo social menos liberal que el de otros países, con una importante dosis de protección social.
- Por otro, el mundo de las grandes empresas es más mundializado y más liberal que el de muchos países vecinos.
Y la realidad es que la economía francesa está muy abierta a Europa y depende enormemente del capital extranjero. Entre el 20% y el 25% de los puestos de trabajo franceses dependen de empresas del exterior, y el peso del capital extranjero en las empresas del CAC 40, es enorme. Sin embargo, todos los candidatos abogan por instaurar un tipo u otro de proteccionismo.
Una campaña llena de rarezas
OCTAVI MARTÍ
Un país que inventa coches como el dos caballos o el Espace, que cuenta con más de tres centenares de quesos distintos, que juega al rugby y mitifica a los intelectuales es un país distinto. Todos lo son, pero Francia un poquito más.
La actual campaña a las elecciones presidenciales confirma esa diferencia. Y aunque el país se americaniza, el debate político pierde grandilocuencia y los candidatos se comportan como vendedores ante distintos públicos, la campaña de 2007 insiste en un buen número de rarezas.
Por ejemplo: son tres los candidatos trotskistas que pretenden la presidencia de la República, y un cuarto, José Bové, que, sin serlo, casi lo parece. No hay que olvidar que los tres trotskistas que se presentaron en 2002 sumaron casi un 11% de los votos, un resultado que habría sorprendido al propio Trotsky.
También se cuenta con dos candidatos de derecha extrema, Jean-Marie Le Pen y Philippe de Villiers, e incluso uno del pintoresco movimiento Chasse, Pêche, Nature et Tradition (Caza, Pesca, Naturaleza y Tradición). Por fin, la campaña francesa incluye a algunos candidatos como los que también se encuentran en otras latitudes: un liberal-conservador (Nicolas Sarkozy), un social-cristiano (François Bayrou), una socialista (Ségolène Royal), una ecologista (Dominique Voynet) y una comunista (Marie-George Buffet).
El candidato que ha hecho más cosas insólitas es Nicolas Sarkozy. Pese a representar a la derecha, en los discursos se llena la boca de citas de Jean Jaurès y Léon Blum, dos de los mitos históricos del socialismo francés. Y no sólo eso: ataca a los patrones voyous (golfos o granujas) y reivindica el valor del trabajo. A continuación promete suprimir todos los impuestos que gravan las herencias. O lo que es lo mismo, se muestra a favor de un país de asalariados y de rentistas. No está mal.
Ahora, Sarkozy promete garantizar pena de cárcel para los delincuentes reincidentes y se afirma dispuesto a acabar con la inseguridad, y lo promete después de haber estado cinco años en el Gobierno, cuatro de ellos como titular de la cartera de Interior y con 55.000 coches quemados a lo largo de 2006. Un balance como para inspirar confianza.
Tampoco en ningún otro país del mundo todos los candidatos se sienten obligados a darse un garbeo por el Salón de la Agricultura y fotografiarse junto a una vaca o con un corderito en brazos.
Präsidentschaftswahl 2007
Die Wahl hat begonnen.
Egal wer gewinnt, die Sozialistin Ségolène Royal oder der konservative Aufsteiger Nicolas Sarkozy: bei den Franzosen stehen tiefgreifende Veränderungen an.
Manuel
#140