viernes, febrero 25, 2011

Un nuevo panarabismo

Gadafi ametralla y bombardea al pueblo para mantenerse en el poder. A diferencia de Ben Ali y Mubarak, a él solo lo sacarán con los pies por delante.
No es esta, sin embargo, la principal diferencia del tirano libio con sus derrocados vecinos.
Ben Ali y Mubarak eran dictadores domésticos, como lo fueron Franco o Salazar, sin pretensiones de universalidad.
Gadafi, en cambio, se presentaba, sobre todo en sus primeros lustros, como sucesor de Nasser, adalid del panarabismo y líder revolucionario del Tercer Mundo.

Ben Ali y Mubarak eran vasallos de Estados Unidos y no molestaban a Israel.
Gadafi le plantaba cara al imperio, quería destruir el Estado judío, apadrinaba toda suerte de guerrillas y terrorismos de ultraizquierda y se decía inventor de una visión cósmica: la yamahiriya o república asamblearia de las masas.
En su pesadillesco discurso del martes, aún se presentó como un "revolucionario" que levantaba el puño.

Por esto es tan relevante que la revolución democrática árabe que ya ha barrido a Ben Ali y Mubarak intente ahora abatir a Gadafi.
En la guerra de 1967, Israel le dio la estocada mortal al panarabismo laico, socialistoide y tercermundista, tanto en sus vertientes baazista como nasserista.
Su cadáver -estrafalario, retórico y criminal en la figura de Gadafi- está siendo enterrado ahora por los luchadores libios.
Y en contra de lo que se decía, su sucesor no va a ser el islamismo, o al menos, no el único.

En Libia, la primavera árabe confirma que está por encima de las diferencias que han escindido ese mundo: pro y antiamericanos, socios o enemigos jurados de Israel, de discurso derechista o izquierdista, de orden o "revolucionarios", pobres o ricos en petróleo.
El panarabismo del siglo XX ha sido sustituido por uno nuevo: el de los ciudadanos que reclaman libertades y derechos, se vistan sus regímenes con los oropeles que se vistan; el de los ciudadanos que, a través de Al Yazira e Internet, han creado una umma, una comunidad que, desde el Atlántico al Golfo, desea pluralidad -incluido, por qué no, un lugar al sol para los islamistas- y democracia sin adjetivos.

Podemos fijarnos en el bosque o en las ramas.
El bosque: Libia comparte con los países norteafricanos una población mayoritariamente juvenil, hastiada de cleptocracia y frustrada en sus ansias de libertad, trabajo y trato digno.
Las ramas: una escasa identidad nacional, un gran tribalismo, una salida aún más difícil a esta crisis, que puede pasar por la muerte de Gadafi, la guerra civil y la balcanización del país.

Estos últimos, dice el analista libanés Rami Khouri, "son aspectos fascinantes pero secundarios de los cambios en marcha".
Lo principal, añade, es que, tanto en Libia y Bahréin como en Túnez y Egipto, en Marruecos como en Argelia, "los hombres y las mujeres árabes quieren ser tratados como seres humanos y como ciudadanos". Sí, esta es la gran novedad.

JAVIER VALENZUELA 25/02/2011

Manuel
#701

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