sábado, febrero 05, 2011

Pánico estratégico

Todavía no sabemos si la temida policía secreta Mujarabat está quemando los ficheros de la tortura y la represión, institucionalizadas en el Egipto de Mubarak, como hizo la PIDE portuguesa en la Revolución de los Claveles en las últimas horas.
La destrucción de las huellas del crimen junto con el avión presidencial listo en la pista para despegar son las señales definitivas de la caída de una dictadura.
Más la decisión de la Casa Blanca.

Obama ya ha transmitido al palacio de Heliópolis la urgencia de la salida del poder del último faraón, ya casi momia.
El aliado estratégico, que ha protegido los intereses de EE UU durante 30 años, cuidando a Israel y bloqueando al islamismo. Ha cumplido con creces.
Pero ahora, para seguir manteniendo, de otra forma, el orden norteamericano en Oriente Próximo, preservar las fuentes de petróleo en Arabia Saudí, y poder enfrentar el ascenso regional de Irán, el rais debe saltar.
"Quizás sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".
Esta frase atribuida al presidente demócrata Franklin D. Roosevelt y referida al dictador Somoza, padre, en Nicaragua, explica los últimos recelos de Washington para sacar el tapón y dar paso a una nueva época en Oriente Próximo.
La estabilidad a cualquier precio, incluida la democracia, sea para contener el comunismo o el islamismo, conduce a la misma inestabilidad que se pretende evitar.
Mubarak ha dejado de ser el son of a bitch de Washington. Ya no es "nuestro".
La hoja de ruta de la "transición ordenada" estaba en los cables de Wikileaks.
Ya preveían que Omar Suleimán, "por ser militar, estaba en cualquier escenario de la sucesión de Mubarak como figura de transición", y consideraban "improbable la toma del poder por los Hermanos Musulmanes en el periodo inmediatamente posterior al rais".

Asistimos a la revolución en directo gracias a la televisión, Al Yazira sobre todo, que la está mostrando al mundo árabe, como lo hizo en su día la radio La voz de los árabes, de Nasser, a los SMS y a las redes sociales, que ya han dejado de ser únicamente juguetes del mundo rico.
Una rebelión, más social y económica que política.
El tsunami, nacido de la pobreza, el paro, del ansia de dignidad, la necesidad de respeto exigida por los jóvenes árabes y las clases medias y profesionales, de la falta de alternativas vitales.
La imperiosa necesidad de sacudirse el sentimiento de estancamiento, fracaso y frustración que ha aplastado durante decenios a las sociedades árabes. Como ha escrito Anthony Sadid en The New York Times, "por primera vez en una generación, no es la religión, ni la aventura de un líder único, ni las guerras contra Israel, lo que ha puesto las pilas a una región, sino el deseo visceral de una vida decente".
Obama ha sentido pánico estratégico ante un posible desmoronamiento del orden norteamericano en el arco de crisis del gran Oriente Próximo.
¿Imaginan lo que supondría el cierre del canal de Suez para Europa?
España recibe entre el 10% y el 15% del gas que importa a través de barcos que cruzan el canal.
Obama piensa en Israel cercado; en Irán, la caída del sah y su sustitución por una dictadura islámica que impuso, con mucha sangre, una teocracia fundamentalista que pretende exportar su revolución. Vé a Hezbolá en Líbano y a Hamás en Gaza.
No quiere ser otro Carter, que "perdió" Irán dejando caer a Reza Pahlevi, y a la Nicaragua de Somoza. Pero está haciendo en Egipto lo mismo que hizo en Teherán en 1979 su antecesor.

El embajador norteamericano, Sullivan, acude a palacio el 6 de enero para comunicar al sah la exigencia de una retirada inmediata:
-Sí, pero dónde voy a ir -responde sumiso el rey de reyes.
-¿Qué le parece su mansión de Suiza?
-¡No! La seguridad no es satisfactoria.
Bueno también tenemos una casa en Inglaterra, pero el tiempo es tan malo...
-¿Querría usted que me encargara de obtener una invitación para ir a EE UU?
El sah se echa hacia adelante y dice: ¿Ustedes lo quieren?
(Mission to Iran,
W. H. Sullivan)

El 16 de enero, Reza Pahlevi abandonaba Irán, temporalmente por motivos de salud, tenía cáncer al igual que Mubarak, y era recibido en Egipto por Sadat.

La hoja de ruta que pretende seguir EE UU en El Cairo: provocar el cambio desde la actual Constitución, algo así como lo que se hizo en la transición española después de Franco, "desde la ley a la ley", es compleja y arriesgada. El futuro no está escrito.
Si Occidente quiere que haya democracia en Egipto debe aceptar a los islamistas como parte de la democracia. Como escribe el analista Shibley Telhami:

"EE UU puede obligar a barajar cartas,
pero no puede decidir dónde caen las bazas".

FRANCISCO G. BASTERRA 05/02/2011

Manuel
#685

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