Al menos en los países democráticos, donde los gobernantes deben atender sobre todo a sus necesidades para ganar elecciones.
Son muy distintas de un país a otro y más todavía de un continente al otro, pero en todas partes quieren finalmente lo mismo: paz, estabilidad y prosperidad; y traducido a cuestiones concretas:
puestos de trabajo, salarios decentes, viviendas dignas, educación de calidad, pensiones razonables.
A diferencia de las clases dominantes en periodos anteriores de la historia de la humanidad, éstas son amplias y extensas. Nada que ver con la aristocracia del Antiguo Régimen ni con la alta burguesía del capitalismo clásico, elitistas y cerradas, condenadas con frecuencia al solipsismo y a la decadencia. Puede darse que no sean democráticas en sus valores o por el sistema político en el que se encuadran, pero sí lo son sociológicamente allí donde son hegemónicas.
Son clases luchadoras, aunque su lucha nada tenga que ver con la lucha de clases.
Luchan por existir y ensancharse: el Partido Comunista Chino reivindica la mayor aportación a la historia de las clases medias. Asegura que ha sacado de la pobreza a 500 millones de personas en una generación, más de la tercera parte de su población actual. Y si sus dirigentes prefieren no oír ni hablar de apertura democrática y sitúan la culminación de su modernización para dentro de 100 años, es porque todavía cuentan con 150 millones de pobres a los que no les han alcanzado los beneficios del capitalismo comunista, y están firmemente convencidos de que no van a sacarles de la pobreza en un sistema descentralizado, pluralista y respetuoso con los derechos humanos como el que exigen los disidentes y les proponen los países occidentales.
Las clases medias crecerán en Asia a un ritmo desenfrenado en los próximos años, pero se estancarán o sólo crecerán ligeramente en el resto del planeta y sobre todo allí donde ya son el grueso de la sociedad, como es el caso de lo que solemos llamar Occidente.
Aunque la mutación sea pacífica, es decir, sin guerras entre las clases medias de los distintos países y áreas, sabemos que se producirá y se está ya produciendo en forma de una intensa competición.
Pero los grandes cambios económicos y geopolíticos que nos esperan en este siglo XXI, y que en buena medida ya han empezado, son producto fundamentalmente de la expansión de las clases medias en todo el mundo.
La globalización que ha impulsado el crecimiento de las clases medias tiene dos caras:
una positiva, que reparte beneficios sinérgicos a todos; y otra negativa, en la que los efectos son de suma cero.
Ejemplos de esta última: los puestos de trabajo que se crean en China desaparecen de Estados Unidos; el petróleo que consumen los coches en París sube de precio cuando son muchos los que en Mumbai quieren ir en coche; las emisiones a la atmósfera de los países industrializados a lo largo de la historia limitan las posibilidades de desarrollo futuro de los países emergentes y les obligan a invertir en tecnologías menos contaminantes. Como en todo juego de suma cero, lo que ganan los nuevos lo pierden los veteranos, en el reparto del poder mundial y en el peso en las instituciones internacionales. Es la mutación del G-8 al G-20 e incluso la desenvoltura con que los dirigentes de estas nuevas potencias del siglo XXI osan plantar cara al presidente de Estados Unidos.
Sin sus clases medias detrás, presionando y exigiendo, con un enorme potencial de consumo, un peso creciente en la economía global e incluso un nuevo orgullo nacional, no serían posibles estas nuevas actitudes que traen de cabeza a las diplomacias norteamericana y europea.
Las clases medias europeas y americanas han demostrado que donde mejor crecen es en régimen de libertad y democracia. Pero no significa que la libertad y la democracia sean el abono imprescindible para su expansión.
En España conocemos de primera mano la expansión de las clases medias en dictadura.
Gracias a la dictadura, dirán los escépticos en materia de libertades.
A pesar de la dictadura, responderán los liberales.
No es una reflexión historicista: vale para el mayor vivero de clases medias de la historia que es China. Y trasciende el marco chino.
Y nos estamos conformando ya al desplazamiento de su centro de gravedad.
El problema es saber si nos vamos a conformar también a que nuestros valores queden diluidos o devaluados.
De cómo encaren las clases medias chinas, indias y brasileñas su relación con las libertades individuales y la democracia parlamentaria dependerá en buena parte el futuro de las libertades y de la democracia en el mundo. Nada menos.
Manuel
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