martes, septiembre 09, 2008

¿Por qué somos tan agresivos con Rusia?

TRIBUNA : Marek Halter


Los europeos deben tener en cuenta sus propios intereses, que no siempre coinciden con los de Estados Unidos.

En concreto, no deben dejarse arrastrar por un presidente en retirada a una nueva guerra fría.

El conflicto de Georgia va a envenenar durante mucho tiempo la atmósfera en Europa.
Lo hemos visto con la cumbre europea extraordinaria celebrada el 1 de septiembre en Bruselas, en la que, una vez más, varios miembros de la UE acusaron a Moscú de haber dado un golpe de Estado en el Cáucaso.
En Europa, cuando se habla de envenenamiento, se señala a Rusia.
¿Pero por qué Mijaíl Saakashvili, el presidente de Georgia, ha suministrado a los rusos el veneno?
He aquí una pregunta que no se hizo en la reunión de Bruselas y a la que ni los más rusófobos de mis amigos encuentran respuesta.

En efecto, ¿cómo es posible que un hombre inteligente y civilizado (la palabra fetiche del presidente georgiano), con el bombardeo de Osetia del Sur en esa famosa noche del 7 al 8 de agosto, la víspera de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, proporcionara a los rusos la oportunidad de atacar Georgia? Bernard-Henri Lévy nos da la respuesta del presidente Saakashvili: "Estamos a comienzos de agosto. Mis ministros están de vacaciones. Yo mismo estoy en Italia, haciendo una cura de adelgazamiento y a punto de salir para Pekín. Y he aquí que en la prensa italiana leo: Preparativos de guerra en Georgia...".


En su esfuerzo para ayudar al presidente georgiano, mi amigo filósofo le hace parecer completamente insustancial. ¿Cómo puede un político responsable, que dice que los rusos preparaban la invasión de Georgia desde el mes de junio, irse a hacer una cura de adelgazamiento en Italia? Por mi parte, prefiero creer en la inteligencia y capacidad de previsión de Saakashvili. Yo he propuesto otra visión de los hechos que incluye una posible connivencia entre el presidente estadounidense George W. Bush y Saakashvili.


Para comprender lo que pasa en Georgia, veamos el mapa de la región e identifiquemos las fuerzas presentes, sin atender a lo que vociferan los ideólogos. Entonces nos damos cuenta de que era imposible que Saakashvili creyera, ni por un segundo, que iba a ser capaz de expulsar a los rusos de Tskhinvali, la capital de Osetia del Sur, sin la ayuda de Estados Unidos. Ese apoyo se había manifestado desde principios de año mediante el envío de equipamiento militar moderno y consejeros militares que, en julio, organizaron en la base de Vaziani, próxima a Tbilisi, unas maniobras conjuntas EE UU-Georgia. Son esos consejeros los que, con permiso de Washington, organizaron, según analistas de los servicios secretos militares franceses, "el disparo de lanzaproyectiles múltiples Grand, esos modernos órganos de Stalin cuya trayectoria luminosa pudimos seguir de noche en las pantallas de televisión".


¿Qué sabemos de Osetia?
Osetia es un viejo país, y los osetios, también llamados alanos, son un pueblo antiguo.
Herodoto habla ya de ellos. Entonces eran los escitas, cuyos tesoros se exponían, no hace tanto tiempo, en el Louvre. Este pueblo indoeuropeo ha conservado hasta hoy sus antiguas leyendas, para delicia de los antropólogos y de Georges Dumezil, que les dedicó un libro. En el siglo XVIII, los osetios, que llevaban mucho tiempo sufriendo la ocupación turca, pidieron ayuda a los rusos.


En 1749 se abrió una embajada osetia en San Petersburgo.
Después de la revolución bolchevique, la república soviética georgiana aprovechó que Osetia estaba partida en dos por una cadena montañosa para anexionarse la parte sur. Stalin y el jefe del KGB, Beria, ambos georgianos, hicieron oficial la anexión pese a la oposición de los osetios. Con la perestroika y el desmembramiento del imperio, Georgia se hizo independiente. Era en 1991.
Un año más tarde, en 1992, los osetios empuñaron las armas y volvieron a pedir ayuda a Moscú.
Éstos obtuvieron de la ONU el encargo de mantener la paz. Y aquí nos encontramos, divididos entre el derecho de los pueblos a la autodeterminación y el respeto a la integridad territorial de los Estados. Salvo que, mientras tanto, los amigos de Georgia reconocieron la independencia de Kosovo, una provincia serbia, y ello a pesar de la resolución 1244 del Consejo de Seguridad, que reafirmaba la soberanía de Serbia sobre ese territorio.


Y qué decir de Europa: si tiene hoy un problema es que, poco después del incendio que asoló la antigua Yugoslavia, unos pirómanos han vuelto a encender otro fuego en sus fronteras. Los europeos van a tener que apagarlo por sí solos, con peligro de quemarse.
Luego, como siempre, serán los hombres de negocios estadounidenses los que comprarán a buen precio las tierras devastadas para instalar en ellas bases de la OTAN y complejos industriales.


El general De Gaulle dejó la OTAN en marzo de 1966 porque pensaba, con razón, que Europa debía aprender las lecciones de la II Guerra Mundial y defenderse por sí sola. Que, aunque EE UU y Francia compartían los mismos valores, sus intereses no siempre coincidían (recordemos la guerra de Irak). En fin, que, si Europa quería ver la luz, una Europa desde el Atlántico hasta los Urales, era para poder presentar a miles de millones de personas una alternativa distinta a la elección entre el liberalismo salvaje y la planificación inflexible.


Hoy, el imperio soviético ha dejado de existir. Sin embargo, para los neoconservadores estadounidenses sigue presente. Muchas veces me he preguntado por qué en Europa nos mostramos tan agresivos con Rusia. Ninguna cosa de ese país nos parece suficientemente buena. Su evolución post-comunista, decimos, no va en la buena dirección y no es suficientemente rápida.


En 1984, Slava Rostropovitch y yo lanzamos una campaña internacional para la liberación de Andrei Sajarov. Durante mi primer encuentro con Sajarov, al principio de la perestroika, él comparó la democracia con una naranja: "Quien no haya visto nunca una naranja no pedirá una naranja. Nuestra tarea es dar a conocer la naranja y despertar el deseo". Sin embargo, en vez de eso, mis amigos filósofos, Bernard-Henri Lévy y André Glucksmann, se alinean con George W. Bush, cuyo objetivo es rodear Rusia de rampas de misiles y que intenta desestabilizar los gobiernos pro-rusos de Kirguizistán y Uzbekistán, con el riesgo de poner en su lugar, como ocurrió en Afganistán, a los talibanes.
Para mi sorpresa, mis amigos filósofos no piden la adhesión de Georgia y Ucrania a la UE, sino a la OTAN, y presionan a Sarkozy y Merkel para que apoyen en ese sentido a Bush.


En su Diario, Fiódor Dostoyevski escribió: "Soy absolutamente igual que un inglés, ¿no? Por tanto, hay que respetarme, porque todo inglés es respetable". Por desgracia, cuando los rusos, y son muchos, ven las televisiones occidentales o leen las noticias en Internet, no tienen la impresión de que se les respete como a los ingleses. En cambio, cuando ven que los estadounidenses establecen bases militares en Georgia, Polonia y Ucrania, tienen la impresión de volver a la época de la guerra fría. Ahora bien, Bush no instala esas bases en nombre de los Estados Unidos de América, sino en nombre de la OTAN, de la que forman parte varios países europeos, incluida, hoy, Francia. Por el contrario, cuando Sarkozy se precipita a Moscú y a Tbilisi para detener la guerra, no lo hace en nombre de la OTAN, sino en nombre de la Unión Europea, de la que es presidente en ejercicio.


En resumen, ¿puede conformarse la Europa independiente hoy, en 2008, con la presencia en su suelo de las fuerzas militares de una organización creada en 1949, en Washington, para oponerse a los objetivos expansionistas de la Unión Soviética?


Es posible, como en mi caso, admirar a Estados Unidos en muchos aspectos y considerar que la independencia de Europa no siempre encaja con los intereses de una alianza militar que se escapa a su control. Además, nuestro enemigo ya no es el mismo que hace 60 años. Si no, ¿por qué mueren hoy nuestros jóvenes en Afganistán?


El conflicto georgiano es un conflicto europeo.
Rusia, se diga lo que se diga, también forma parte de Europa.
¿Se puede concebir nuestro continente, su cultura, sin Tolstoy, Dostoyevski, Chéjov, Tchaikovski, Stravinski, Kandinski y Malévich? ¿O sin los ballets rusos?

Lo sorprendente es que algunos de mis compañeros de lucha por los derechos humanos continúan, como los dirigentes de los países de Europa del Este, cobrando viejas cuentas.
¿Pero hacía falta que, para oponerse a Moscú, acabasen aterrizando en el mismo lugar en el que un presidente estadounidense a punto de marcharse va a dejar su legado: un mundo en llamas y una crisis económica sin precedentes?



Marek Halter es pintor y novelista francés de origen polaco. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.



Manuel
#240

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