Estaba en un restaurante comiendo con toda mi familia.
En la mesa de al lado había dos parejas jóvenes con tres niñas.
Las niñas hicieron lo que hacen todos los niños.
Terminaron de comer rápido y se pusieron a correr y jugar por el restaurante.
Estuvieron toda la comida chillando y corriendo entre las mesas.
Al final, ya en el café, un poco hartos del ruido y la escandalera se nos ocurrió chistarle a las niñas para que bajaran el griterío.
Adivine ahora el sagaz lector qué ocurrió a partir de entonces:
A- Los padres se disculparon y pidieron a sus niños que hicieran menos ruido.
B- Nos abroncaron a nosotros por tener la desfachatez
de pedirles a sus niños que bajaran el griterío.
¡Bingo!
El sagaz lector ha acertado, la respuesta es B.
¡Todavía nos abroncaron y nos afearon nuestra insoportable conducta!
“Los niños tienen que jugar y correr, y si son ustedes unos estirados y no saben aguantarlo no salgan de casa. Se quedan en su sala de estar y así nadie les molesta”, nos espetaron.
Sí señor. Con un par.
Todos, desde mi sobrina de 9 años hasta mi padre, de 80, teníamos que habernos quedado en casa no fuera que su preciada niña viera alterada su psicomotricidad y su evolución cerebral.
¡El mundo al revés! Fue una situación de lo más tensa y desagradable.
Hay pocas palabras que mezcladas susciten tanta controversia como niños y restaurante.
Para los que ya tengan ganas de crucificarme: creo que el hecho de tener hijos no significa que te tengas que enclaustrar en casa. Y que ir con niños a un restaurante es una estupenda manera de mejorar su proceso de socialización y una oportunidad de enseñarles normas de comportamiento y de respeto hacia los demás.
Pero no al revés.
No son el resto de comensales que está pagando su comida los que deben aprender a aguantar a tus niños.
Además hay restaurantes y restaurantes.
Y la buena elección de uno que ofrezca condiciones para ir con niños debería de ser la primera decisión de unos progenitores responsables. Por los niños y por el resto de clientes.
Hoy existen además muchas formas y muchos cacharritos electrónicos para entrentener a un niño que por su edad no puede estar dos horas sentado en una silla mirando el plato.
Y si no, está el recurso universal de que uno de los adultos saque a los pequeños al parque o a la calle a jugar mientras los demás terminan la sobremesa.
Pero claro, eso significa que uno al menos se tiene que molestar y perderse la charla de la sobremesa.
El problema es una generación de padres que en no sé qué momento de la evolución perdieron el gen de educadores y lo cambiaron por el de taxistas y consentidores de sus hijos.
Al final te das cuenta de que es cierta la teoría: no hay niños revoltosos; hay padres impresentables.
Por desgracia, no es un hecho aislado.
Y muchos restaurantes, aunque no pueden prohibirlo por ley, ponen trabas cuando ven llegar a un grupo con muchos peques. A mi me ha ocurrido viajando con seis niños.
¿Os ha pasado alguna vez?