Es obvio que esa tropilla de políticos carece de la más mínima razón para reírse, dado que les está cayendo encima un marrón descomunal que se agranda un poco cada día; de modo que verles repartiendo agarrotadas sonrisas por doquier como si estuvieran de boda o de bautizo resulta verdaderamente sospechoso.
De todos es sabido (lo cuentan hasta las series de la tele) que si se detiene a un inocente y se le atribuye algún delito grave, el individuo erróneamente acusado se agita mucho, se pone muy nervioso, se angustia y desespera. En cambio, si el detenido es culpable, es muy posible que se quede tan tranquilo y se tumbe a dormir en el calabozo.
Pues bien, se me ocurre que no hay un indicio de culpabilidad tan evidente como esas sonrisas lobunas que se empeñan en exhibir los gürtelitos.
Quiero decir que cualquier persona inocente y normal estaría hecha polvo.
Y si no es un claro indicio de culpabilidad, entonces es una prueba evidente de mentecatez.
Porque sólo a un sandio se le puede ocurrir que el personal va a quedar favorablemente impresionado por ese aire de ligereza jaranera.
Antes al contrario: el personal espera de los seres humanos, e incluso de los políticos, cierta coherencia emocional, seriedad y fundamento. Vamos, que la gente les respetaría más si aparecieran preocupados, como es lógico, y no con ese gesto inaguantable de rocieros juerguistas.
Claro que a lo mejor se les han acalambrado las comisuras y no pueden cambiar el rictus; o quizá enseñen los dientes no para sonreír, sino porque están a punto de liarse a mordiscos.
Manuel
#477
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