Pero de entre todas las tribus que habitan el país, incluidas las originarias -los españoles y sus compatriotas del noreste que quieren dejar de serlo- , me quedo con los chinos.
Son hacendosos, inteligentes, amables, reservados y, por encima de todo, discretos.
Permítanme la generalización, pero nunca les he visto en trifulca alguna, ni bocinar en un atasco de tráfico, ni montar comidas campestres en los parques públicos, ni pasearse por las calles a la hora de la siesta con las ventanas abiertas de sus coches tuneados atronando al personal con raps chinomandarinos. Circunspectos en el vestir, rechazan esa moda crecientemente extendida de pensar que el mejor traje de gala es una camiseta de Ronaldo (el del Madrid) o del sueco con nombre yugoslavo (el del Barça).
Supongo que amarán a su país, pero no se pasan el día dando el coñazo con su nacionalismo, ni te echan en cara lo orgullosos que están de ser chinos, ni sacan a pasear su bandera (¡quién inventaría estos trapos ridículos!) a la menor ocasión.
Allá donde van, se acomodan a las normas.
Y en lugar de exhibir sus diferencias, se dedican a aprender y a prosperar.
Qué envidia da ver a los escolares chinos haciendo los deberes en la trastienda del todo a cien, repasando con esmero esos preciosos pictogramas de su caligrafía, silenciosos, obedientes.
Igualitos que nuestros queridos colegiales, generalmente chillones e insolentes, con la Play en la mano dale que te pego, y presumiendo de malos modos.
Cuando entras a una de sus tiendas, te sonríen y se muestran solícitos pero sin ser pesados.
Siempre tienen cambio, no importa si te llevas un elefante de loza tamaño natural o una bolsa de gominolas. Y aunque no dudo de que tengan problemas personales e ideología, no se los trasladan a sus clientes como algunos de nuestros celebrados taxistas. ¿Cuándo se harán con el sector y podremos, por fin, coger un taxi sin temor a tener que tragarnos la baba del locutor justiciero de las mañanas, o a que nos relaten una vez más las nueve Copas de Europa?
Pero si hasta llevan bien sus leyendas urbanas, ya sabe, eso de que nadie ha asistido al funeral de un chino o que alrededor de sus restaurantes no proliferan los animales domésticos.
Donde cualquier otro grupo armaría un pollo discriminatorio, los chinos ponen una mueca de condescendencia y siguen a lo suyo.
Deberíamos aprender mucho de los chinos. Nos conviene.
No queda mucho para que sean ellos los que entren en la tienda y nosotros los que tengamos que atenderles.
Manuel
#439
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