domingo, mayo 25, 2008

La cultura de la deportación

Casi 20 años después de la caída del muro de Berlín, la cultura de las deportaciones, que parecía erradicada para siempre, vuelve a Europa.

¿En qué consiste?
Se empieza convirtiendo a unos grupos sociales determinados en responsables de todos los males de la sociedad.
Se sigue negando el reconocimiento y la condición de ciudadano a las personas que los componen, es decir, se les rebaja su condición humana.
Y se acaba proponiendo como solución el desplazamiento obligatorio de estas personas, ya sea para expulsarlas, ya sea para internarlas en lugares piadosamente llamados "centros de estancia temporal de inmigrantes".
Esto ocurre hoy, a la vista de todos, en una Europa que nació precisamente para que estas cosas no volvieran a ocurrir nunca más.

Las víctimas son ahora los inmigrantes que consiguen llegar a nuestras tierras sin papeles.
Como entonces, se trata por igual a hombres, mujeres y niños. La reagrupación familiar se ha convertido en una de las obsesiones de los Gobiernos, que ven en ella un coladero de ilegales. En algunas ciudades europeas, las familias tienen que esconder a los niños para que la policía no se los lleve. La Europa de las libertades y de la hospitalidad se ha convertido en la arena de una competición para conseguir el título de "Gobierno que más inmigrantes ha expulsado en un año".
El Gobierno de Sarkozy, en Francia, ha llegado a marcar una cifra mínima de expulsiones para que el ministerio del ramo apruebe su gestión. Con lo cual queda claro que no se expulsa a los inmigrantes porque se piense que así se resuelve algún problema, sino para dar satisfacción a los ciudadanos nativos, paralizados por unos miedos debidamente alimentados.
El Gobierno italiano de Berlusconi se ha estrenado con el anuncio de la caza del inmigrante y con una ley que convierte automáticamente al ilegal en delincuente. Con estos liderazgos no es extraño que la ciudadanía se anticipe a los acontecimientos y se produzcan las primeras turbas. Las palabras y los hechos de los gobernantes italianos -reclamándose del fascismo y lanzándose a la carga de los gitanos- han provocado cierta alarma e incluso la Unión Europea ha emitido alguna señal de preocupación. Con la nueva ley, decenas de miles de personas en Italia serán delincuentes por el solo hecho de estar allí. ¿En qué cárceles les meterán? ¿Vamos a volver a los tiempos de los campos de concentración? ¿Los echarán a patadas para que vuelvan a la primera oportunidad? El espectáculo de encarnizamiento con los parias es todo menos edificante. Hasta la Iglesia católica se ha dado cuenta. Inmediatamente han aparecido defensores de las hazañas berlusconianas: no hay peligro, Italia no va hacia el fascismo.
Y los argumentos con que se apoya la afirmación son dos:
primero, que la mano dura con la inmigración es lo que la gente quiere,
y segundo, que Italia sólo es pionera, que toda Europa camina hacia un periodo de endurecimiento. Dos argumentos nada tranquilizadores.
No porque todos lo pidan deja de ser lamentable.
Y no porque todos los países lo hagan dejará de ser condenable.
Al revés: entonces será ya mucho más difícil la marcha atrás. Lo que probablemente es cierto es que el virus de la cultura de la deportación ya había infestado Europa antes de que llegara Berlusconi. El Gobierno español ha ido reculando, bajo la presión del entorno mediático y político. Empezó con una regularización que fue un éxito porque convirtió en legales -es decir, en portadores de derechos y obligaciones- a 700.000 personas que estaban aquí. En vez de defender su acierto, se ha puesto a la defensiva y ha subido varios puestos en la copa de campeones de la expulsión de inmigrantes. La vicepresidenta Fernández de la Vega tuvo el honor de reaccionar ante las primeras machadas del Gobierno Berlusconi. Fue invitada al silencio.

En unos momentos en que las cosas cambian a una velocidad superior a la capacidad ciudadana de asumirlas, la sensación de inseguridad y desconcierto aprieta. Vuelven las melancolías de siempre: las religiones y los nacionalismos. Los Gobiernos se suman cargando contra la inmigración. La realidad es terca: continuarán los flujos de personas y la cultura de la deportación no acabará con ellos.
En vez de preparar a la ciudadanía para el futuro, se pagan sus miedos con monedas del pasado.
Y así se va tejiendo la ecuación inmigrante = ilegal = delincuente.
Así se va generando la espiral de los odios.

Se ha dicho estos días que el más bello eslogan del 68 era el que decía: "Todos somos judíos alemanes".
Se acerca el momento de salir a la calle a gritar: "Todos somos inmigrantes".

Josep Ramoneda 25/05/2008 - ElPaís


#203
Manuel

De conspiraciones...

Rajoy sufre la estrategia de agitación y hostigamiento que él mismo amparó

La dirección del Partido Popular ha tenido que bregar esta semana con el mismo monstruo que lanzó contra las instituciones del Estado durante la pasada legislatura. Los sectores más radicales han vuelto sus baterías contra Rajoy y, al igual que trataron de hacer con el Gobierno de Zapatero, prefieren agitar la calle antes que imponerse a través de los procedimientos estatutarios. De ahí la paradoja a la que se asistió el viernes ante la sede de la calle de Génova: el número de manifestantes fue mayor que el de las enmiendas presentadas a las ponencias del próximo congreso del partido. Los estatutos del PP no son, precisamente, un ejemplo de democracia interna. Pero la alternativa no puede ser el hostigamiento callejero de quienes, aparte de responsabilidades en un partido, ostentan cargos institucionales que deben ser respetados.

Bajo esta batalla política ante el congreso, los dirigentes populares siguen dirimiendo el análisis de la derrota electoral, un debate insensatamente pospuesto desde 2004. Frente a quienes defienden que la derrota se ha debido a la estrategia extremista seguida durante la anterior legislatura, se han alzado quienes sostienen la exclusiva responsabilidad de Rajoy, al que acusan de pusilanimidad. La apelación de estos sectores a la defensa de unos principios que nunca especifican no es una novedad: también era ésta su consigna frente a Zapatero. La pervivencia de esta estrategia convierte la crisis del PP en un asunto que concierne a todos, puesto que, si se vuelve a imponer, marcará la legislatura recién comenzada e intentará reproducir entre los ciudadanos la misma división que está provocando entre los militantes populares.
Ahora que pretende rectificar es cuando mejor se advierte hasta qué punto Mariano Rajoy se comportó durante los cuatro últimos años como un aprendiz de brujo. La entronización de "referentes morales" en la lucha contra ETA, como María San Gil y Ortega Lara, tenía como propósito deslegitimar cualquier política antiterrorista que no fuera la del PP. Esos "referentes morales" se han vuelto no sólo contra Rajoy, sino también contra el propio PP del País Vasco, que ha desautorizado las inexplicables maniobras de María San Gil. Su condición de amenazada merece el respeto y la solidaridad, lo mismo que el sufrimiento de Ortega Lara. Pero no los hace distintos de los ciudadanos que sufren en carne propia el azote terrorista. Estar o haber estado en el objetivo de ETA no es la única razón para combatirla, ni tampoco la mejor garantía para hacerlo con eficacia. Porque en esta lucha participan la inmensa mayoría de los ciudadanos y porque la condición de víctima no otorga mayor clarividencia política.
El resultado de la crisis que se dirime en el seno del PP afectará, entre otros aspectos, al papel de los medios de comunicación en una sociedad democrática. La prensa sensacionalista, con el diario El Mundo y la emisora episcopal a la cabeza, han confundido la labor crítica que debe ejercer el periodismo con la intervención cínica y descarada en los asuntos de un partido político, cuya función está reconocida por la Constitución. No sólo han sustituido los argumentos por las descalificaciones, sino que han llegado al extremo de convocar manifestaciones ante la sede del PP, igual que antes las convocaron contra el Gobierno. Rechazar esta injerencia no es defender a Mariano Rajoy, como tampoco fue en su día defender al Gobierno; es defender el sistema democrático frente a los grupos de presión de cualquier naturaleza que utilizan el chantaje y el matonismo.
Para que el debate político se pueda desarrollar en libertad, es preciso que los ciudadanos estén informados y no enardecidos, y que nadie les coloque en la descarnada disyuntiva de elegir entre lo que hay y lo intolerable.





¿Comprende ahora, señor Rajoy, lo que es una conspiración?

Yo los ponía a todos a estudiar Educación para la Ciudadanía.


#202
Manuel

Políticos elitistas

Empleamos eufemismos: nos quejamos de que ciertos políticos son "demasiado elitistas".

Sin embargo, nos resulta incómodo reconocer que el verdadero problema que tienen algunos candidatos es que son cultos. Sus propuestas pueden ayudar a la gente normal, ellos mismos pueden ser hijos de pobres inmigrantes, pero son hombres y mujeres poco corrientes.

Sería, pues, mejor que nuestros expertos televisivos prestasen más atención a los temas y a las propuestas políticas, que dejaran de utilizar la palabra élite como si fuera una enfermedad de peleles, y que volvieran a introducir en nuestro vocabulario, como adjetivos positivos, las palabras inteligente y culto.


#201
Manuel

Chikimanía


¡Perrea!


#200
Manuel

martes, mayo 20, 2008

Chine en Afrique

"L'Afrique est ruinée ? La Chine est preneuse"
LE MONDE - 19.05.08


Le dernier acte de la mondialisation se joue loin des yeux occidentaux. Ses acteurs ? Des milliers de migrants chinois qui s'installent partout en Afrique pour construire, produire et commercer. Serge Michel et Michel Beuret, avec le photographe Paolo Woods, sont allés à leur rencontre. Nous publions des extraits du prologue de leur livre, qui paraît mardi 20 mai. La Chinafrique, Pékin à la conquête du continent noir, photographies de Paolo Woods. © Editions Grasset & Fasquelle, 2008.

"Ni hao, ni hao." Nous marchions depuis dix minutes dans cette rue de Brazzaville quand une joyeuse pelote de petits Congolais s'est arrêtée de courir après un ballon pour nous saluer. Les Blancs, en Afrique, ont l'habitude des "hello mista !", des "salut toubab !" ou des "Monsieur Monsieur !". Mais ces enfants, alignés et souriants au bord de la rue, ont enrichi le répertoire. Ils ont crié "ni hao, ni hao", bonjour en chinois, avant de reprendre leur jeu. Pour eux, tous les étrangers sont chinois.
Quelques centaines de mètres plus loin, une société chinoise était en train de construire le nouveau siège de la télévision nationale congolaise, un bâtiment de verre et de métal comme tombé du ciel dans ce quartier populaire. Et à l'entrée de la rue, cette même société érigeait une villa somptueuse pour un membre du gouvernement, sans doute en remerciement de l'attribution du chantier de la télévision. En ville, d'autres compagnies chinoises mettaient la dernière main au nouveau ministère des affaires étrangères et de la francophonie et bouchaient les trous d'obus dans les bâtiments touchés par la guerre civile.
A 2.250 km au nord-ouest de là, dans la banlieue de Lagos, au Nigeria, l'usine Newbisco passait pour une malédiction. Fondée par un Britannique avant l'indépendance de 1960, cette unité de production de biscuits secs a changé souvent de mains, aucun propriétaire n'étant capable de la tenir à flot dans un pays où les exportations pétrolières et la corruption étouffent toute autre activité économique. En 2000, son avant-dernier patron, un Indien, a revendu Newbisco en état de ruine à l'homme d'affaires chinois Y. T. Chu. Lorsque nous sommes entrés dans l'usine, un matin d'avril 2007, une odeur de farine et de sucre flottait dans l'air. Les tapis roulants charriaient chaque heure plus de trois tonnes de petits biscuits aussitôt emballés par des dizaines d'ouvrières. "Nous couvrons à peine 1 % des besoins du marché nigérian", a dit Y. T. Chu en souriant. Les reporters rentrent souvent d'Afrique avec des histoires dramatiques d'enfants affamés, de conflits ethniques et de violences incompréhensibles. Nous avons bien sûr été témoins de tout cela lors de nos reportages en Afrique ces dernières années, mais, cette fois, au moment de commencer la rédaction de ce livre, ce sont les images d'une Afrique nouvelle qui nous passent devant les yeux : les enfants de Brazzaville qui saluent en chinois, l'usine de biscuits de Lagos ou encore l'autoroute construite au Soudan, que nous avons empruntée à l'été 2007.
Nous roulions depuis deux heures entre Khartoum et Port-Soudan lorsqu'un passage du livre de Robert Fisk nous est revenu en mémoire. En 1993, c'est dans un village à gauche de cette route que le reporter britannique avait rendez-vous avec Oussama Ben Laden, réfugié au Soudan après avoir appelé à la guerre sainte contre les Américains en Arabie saoudite. Pour remercier ses hôtes soudanais, il a expliqué à Fisk qu'il allait construire une nouvelle route de 800 km entre la capitale et le grand port. En 1996, le terroriste est obligé de fuir à nouveau, cette fois en Afghanistan, où il a développé d'autres projets que le génie civil. Qui allait terminer son chantier ? Les Chinois. Ils prévoient même de le doubler d'une voie de chemin de fer. Arrivées massivement dans le pays dès le milieu des années 1990, les entreprises chinoises y ont déjà investi 15 milliards de dollars, en particulier dans les puits de pétrole qui fournissent aujourd'hui à la Chine jusqu'à 10 % de ses importations.

Pendant plus d'un an, nous avons parcouru des milliers de kilomètres et visité quinze pays pour raconter ce que la Chine fait en Afrique. L'idée nous trottait dans la tête depuis un certain temps, mais elle s'est imposée lors d'une rencontre impromptue avec Lansana Conté, le président de Guinée, à la fin octobre 2006. Cela faisait une dizaine d'années qu'il n'avait pas parlé à la presse étrangère. Pourquoi accepter de nous voir, ce jour-là, dans son village natal, à trois heures de la capitale, Conakry ? Peut-être le besoin de prouver qu'il était encore vif, alors qu'on le disait à l'agonie et que le pays se laissait gagner par le chaos. De fait, la discussion fut assez sombre, malgré le décor ravissant de sa grosse villa donnant sur son lac privé. Le président a traité la plupart de ses ministres de "voleurs" et fustigé les Blancs "qui n'ont jamais cessé de se comporter en colons". Il a fait l'éloge d'une Guinée agricole et a paru accablé par la découverte off-shore de gisements pétroliers qui, à son avis, feront de la Guinée un pays plus corrompu encore.

Une seule fois, le visage présidentiel s'est éclairé : lorsque la discussion a glissé sur les Chinois. "Les Chinois sont incomparables ! s'est exclamé le vieux général. Au moins, ils travaillent ! Ils vivent avec nous dans la boue. Il y en a qui cultivent, comme moi. Je leur ai confié une terre fatiguée, vous devriez voir ce qu'ils en ont fait !"
La présence de Chinois en Afrique n'est plus une surprise. Ces quatre ou cinq dernières années, nous les avions vus progresser un peu partout lors de nos reportages en Angola, au Sénégal, en Côte d'Ivoire ou au Sierra Leone. Mais le phénomène a changé d'échelle. Tout se passe comme s'ils avaient d'un coup décuplé leurs efforts au point de pénétrer l'imaginaire de tout un continent, du vieux président guinéen, qui ne voyage plus que pour se faire soigner en Suisse, aux petits Congolais trop jeunes pour distinguer un Européen d'un Asiatique.

En quelques années, la Chine en Afrique est passée de sujet pointu pour spécialistes en géopolitique à un thème central dans les relations internationales et la vie quotidienne du continent. Et pourtant, chercheurs et journalistes continuent de brasser les mêmes chiffres macro-économiques : le commerce bilatéral entre les deux régions a été multiplié par cinquante entre 1980 et 2005. Il a quintuplé entre 2000 et 2006, passant de 10 à 55 milliards, et devrait atteindre 100 milliards en 2010. Il y aurait déjà 900 entreprises chinoises sur le sol africain. En 2007, la Chine aurait pris la place de la France comme second plus gros partenaire commercial de l'Afrique.Ce sont là des chiffres officiels, qui ne prennent pas en compte les investissements de tous les migrants. D'ailleurs, combien sont-ils ? Un séminaire universitaire organisé à la fin 2006 en Afrique du Sud, où la communauté chinoise est la plus nombreuse, avance le chiffre de 750 000 pour tout le continent. Les journaux africains, eux, se laissent parfois aller à évoquer "des millions" de Chinois. Du côté chinois, l'estimation la plus haute vient du vice-président de l'Association de l'amitié des peuples chinois et africains, Huang Zequan, qui a parcouru 33 des 53 pays africains. Dans une interview au Journal du commerce chinois en 2007, il estime que 500 000 de ses compatriotes vivent en Afrique (contre 250 000 Libanais et moins de 110 000 Français).
Tout ces migrants-là, comme s'ils n'étaient qu'une armée de fourmis, n'ont pas de nom, pas de visage et restent muets. Le plus souvent, les journalistes se plaignent qu'ils refusent de parler. Et le ton des articles pour les décrire est inquiet, voire alarmiste, comme si l'arrivée d'une nouvelle puissance n'était qu'une calamité de plus pour le continent noir, aux souffrances déjà infinies.
Voyons les choses d'une autre façon. L'entrée de la Chine sur la scène africaine pourrait bien représenter, pour Pékin, son couronnement de superpuissance mondiale, capable de miracles aussi bien chez elle que sur les terres les plus ingrates de la planète. Et, pour l'Afrique, cette rencontre marque peut-être le rebondissement tant attendu depuis la décolonisation des années 1960, de son heure qui sonne enfin, du dernier espoir du président guinéen mais aussi des 900 millions d'Africains, le signal que plus rien ne sera comme avant. Passons les acteurs en revue.
Les Chinois d'abord. L'histoire, telle qu'on la raconte en Occident, veut qu'ils vivent depuis des millénaires une aventure tragique, essentiellement collective et confinée à l'intérieur de leurs immenses frontières. Un jour de décembre 1978, alors que l'empire du Milieu se remettait à peine des affres de la révolution culturelle, Deng Xiaoping leur a lancé un slogan révolutionnaire : "Enrichissez-vous". Vingt ans plus tard, c'est devenu le credo d'un milliard 300 millions de Chinois et, pour une partie d'entre eux, c'est chose faite. Pour les autres, les ruraux surtout, la vie est devenue impossible. Depuis la nuit des temps en Chine, cette catégorie-là cherche à quitter sa terre pour un monde meilleur. La diaspora chinoise, dit-on, est la plus nombreuse au monde, avec 100 millions de personnes, et la plus riche. (...) Jusqu'en 2000, Pékin tentait encore de freiner le mouvement, afin de ne pas entacher l'image du régime. Aujourd'hui, il l'encourage, en particulier pour les braves qui veulent tenter leur chance en Afrique. Dans l'esprit des dirigeants chinois, et singulièrement dans celui du président, surnommé parfois Hu Jintao l'Africain, l'immigration est même devenue une partie de la solution pour faire baisser la pression démographique, la surchauffe économique, la pollution. "Nous avons 600 rivières en Chine, 400 sont mortes de pollution, affirmait un scientifique dans Le Figaro, sous couvert de l'anonymat. On ne s'en tirera pas sans envoyer 300 millions de personnes en Afrique !"
Ils sont pour l'instant des centaines de milliers à avoir fait le grand saut.
Et c'est ainsi que s'achève, dans le plus grand silence, l'une des dernières étapes de la mondialisation et la rencontre des deux cultures les plus éloignées que la terre puisse porter. En Afrique, leur nouveau Far West, les Chinois découvrent à tâtons les grands espaces, l'exotisme, le rejet, le racisme, l'aventure individuelle - voire intérieure. Ils comprennent que le monde est plus complexe que ne le décrit le Quotidien du peuple. Ces migrants-là se retrouvent tantôt prédateurs, tantôt héros de leur propre histoire, conquistadors ou samaritains. Ils ont, bien sûr, tendance à rester entre eux, à manger comme chez eux, ils ne font pas l'effort d'apprendre les langues autochtones ni même le français ou l'anglais et affichent souvent une moue de dégoût à l'idée d'épouser les coutumes locales, sans parler d'une femme africaine !

A force de s'être enfermés derrière leurs grandes murailles durant des millénaires, les Chinois auraient perdu l'envie de s'adapter aux autres civilisations ou de cohabiter avec elles. Mais aucun ne reviendra indemne d'Afrique. Leurs voyages, leurs découvertes ébranlent désormais l'inertie de la Chine autant qu'a pu le faire, dans les années 1980, sa conversion au capitalisme. Ces Chinois-là feront naître de nouvelles idées, de nouvelles ambitions.
D'ailleurs, leur gouvernement, lui aussi, change depuis qu'il a intensifié sa présence en Afrique. Très attaché à sa devise de "non-ingérence" dans les affaires intérieures, il se rend compte progressivement qu'un soutien trop affiché à certains dictateurs peut lui causer un tort considérable. C'est ainsi que Pékin, après avoir été le plus sûr allié de Khartoum ou de Harare, tente aujourd'hui de freiner l'élan guerrier du Soudan au Darfour et n'aide plus Robert Mugabe, le dictateur zimbabwéen, qu'au compte-gouttes.
L'Afrique, ensuite. Les puissances coloniales l'ont pillée jusqu'en 1960, avant de pérenniser leurs intérêts en y soutenant ses régimes les plus brutaux. L'aide, que l'on estime à 400 milliards de dollars pour toute la période 1960-2000 (400 milliards, c'est l'équivalent du PNB de la Turquie en 2007, mais aussi des fonds que l'élite africaine aurait cachés dans les banques occidentales), n'a pas produit l'effet escompté et aurait même, selon une théorie en vogue, empiré les choses. Il n'empêche, l'Afrique n'a survécu que grâce au sentiment de culpabilité des Occidentaux, qu'elle a fini par décourager. En faisant échouer tous les programmes de développement, en restant la victime éternelle des ténèbres, des dictatures, des génocides, des guerres, des épidémies et de l'avancée des déserts, elle se montre incapable de participer un jour au festin de la mondialisation. "Depuis l'indépendance, l'Afrique travaille à sa recolonisation. Du moins, si c'était le but, elle ne s'y prendrait pas autrement", écrit Stephen Smith dans Négrologie. Avant de poursuivre avec ces mots terribles : "Seulement, même en cela, le continent échoue. Plus personne n'est preneur."

Erreur, la Chine est preneuse.
Pour alimenter sa croissance démesurée, la République populaire a un besoin vital en matières premières dont le continent regorge : le pétrole, les minerais, mais aussi le bois, le poisson et les produits agricoles. Elle n'est pas rebutée par l'absence de démocratie ni par la corruption. Ses fantassins ont l'habitude de dormir sur une natte, de ne pas manger de la viande tous les jours. Ils trouvent des opportunités là où d'autres ne voient que de l'inconfort ou du gaspillage. Ils persévèrent là où les Occidentaux ont baissé les bras pour un profit plus sûr. La Chine voit plus loin. Ses objectifs dépassent les anciens prés carrés coloniaux et déploient une vision continentale à long terme. Certains n'y voient qu'une stratégie, apprise de Sun Tsu : "Pour battre ton ennemi, il faut d'abord le soutenir pour qu'il relâche sa vigilance ; pour prendre, il faut d'abord donner." D'autres croient sincèrement aux partenariats "gagnant-gagnant", ce leitmotiv de la propagande de Pékin. De fait, la Chine ne fait pas que s'emparer des matières premières africaines. Elle écoule aussi ses produits simples et bon marché, retape les routes, les voies ferrées, les bâtiments officiels. Manque d'énergie ? Elle construit des barrages au Congo, au Soudan, en Ethiopie, et s'apprête à aider l'Egypte à relancer son programme nucléaire civil. Besoin de téléphone ? Elle équipe toute l'Afrique de réseaux sans fil et de fibres optiques. Les populations locales sont réticentes ? Elle ouvre un hôpital, un dispensaire ou un orphelinat. Le Blanc était condescendant et m'as-tu-vu ? Le Chinois reste humble et discret. Les Africains sont impressionnés. Plusieurs milliers parlent ou apprennent aujourd'hui le chinois. Beaucoup d'autres admirent leur persévérance, leur courage et leur efficacité. Et toute l'Afrique se réjouit de cette concurrence qui casse les monopoles des commerçants occidentaux, libanais et indiens. (...)

La Chine en Afrique est donc plus qu'une parabole de la mondialisation, c'est son parachèvement, un basculement des équilibres internationaux, un tremblement de terre géopolitique. S'y installe-t-elle au détriment définitif de l'Occident ? Sera-t-elle pour le continent des ténèbres la lumière providentielle ? L'aidera-t-elle à prendre enfin sa destinée en main ? Pour répondre à ces questions, nous le savions, quelques articles ne suffiraient pas. Il fallait aller sur place, sillonner l'Afrique de part en part, aller à la rencontre des Chinois et des Africains, se mettre dans la peau des uns et des autres ; il fallait écrire ce livre...


#199
Manuel

domingo, mayo 18, 2008

La noche del Arte

Las pinacotecas madrileñas abren hoy hasta la una de la madrugada con actividades gratuitas en el Día Internacional de los Museos.
Una vigilia de unos centros que han sido reconocidos como los que mejor tratan a su público

Entre las capitales mundiales de la cultura, Madrid es la que más cuida a los visitantes de sus principales museos. Así de claro lo ven desde Francia, más en concreto desde París, ciudad museística por excelencia. La capital española ha resultado la primera clasificada en un informe del Comité Regional de Turismo de París Île-de-France, en competencia con siete grandes mecas culturales: Londres, Nueva York, Berlín, Roma, Ámsterdam, Washington y la propia París.

De cada ciudad, el organismo gubernamental francés estudió cuatro museos o recintos monumentales. Lo hizo enviando en secreto a un equipo que inspeccionó minuciosamente las instalaciones e indagó en la atención que recibe el público. En Madrid estuvieron entre el 5 y el 15 de julio de 2007, en cinco visitas a los museos del Prado, Thyssen-Bornemisza y Reina Sofía, además del Palacio Real. Sobre un máximo de 1.000 puntos, los cuatro recintos madrileños obtuvieron una media de 847. Más de un 10% de ventaja respecto a la alcanzada por las 28 instituciones visitadas (740 puntos), que incluían el Louvre, el Musée d'Orsay, la Tate Modern, el British Museum, el Rijkmuseum, el Van Gogh de Ámsterdam, la National Gallery de Washington, el MOMA y el Museo del Vaticano, además de monumentos como la Torre Eiffel, el Empire State Building, el Coliseo romano, la Torre de Londres, el Bundestag, la estatua de la Libertad y el palacio de Versalles. El informe se presentará en público en junio.
Madrid no sólo ha logrado ser la ciudad mejor puntuada, sino que ha situado al museo Thyssen-Bornemisza en el primer lugar del ranking de los recintos analizados, con una puntuación de 885 sobre 1.000. En el acta elaborada por los inspectores franceses se resalta que el museo es "grande, abierto, fácil de encontrar y accesible".
Entre otros aspectos con puntuación máxima, el jurado subraya la visibilidad de los carteles que informan sobre tarifas, horarios y accesos, así como los datos referidos a las exposiciones; la actualización de la información que se ofrece al público; la fácil identificación, disponibilidad y amabilidad del personal del museo y la comodidad de la visita.
"La atención al visitante depende en gran medida de la satisfacción laboral del personal, algo en lo que llevamos años trabajando", resalta Carlos Fernández de Henestrosa, director gerente del Museo Thyssen. Lo ratifica Sara Neira, responsable de atención al visitante como directora de Recursos Humanos y Servicios Generales: "Nuestra prioridad es ofrecer formación al personal en este terreno, poniendo énfasis en los pequeños detalles que complazcan al visitante". Desde 1995, el museo tiene un sistema de calidad por el que la dirección sabe en todo momento lo que les sucede a los visitantes. "Cada servicio", afirma Neira, "hace un informe semanal en el que se recoge cualquier pequeño conflicto que haya surgido para darle respuesta inmediata". Entre otras prestaciones, el Thyssen cuenta con sala de lactancia, venta de entradas con hora asignada, folletos informativos en Braille, y aseos adaptados y libre movilidad para personas con discapacidad.
El museo cuenta con 3.000 visitantes diarios, de media. En 2007 faltaron 20.000 personas para alcanzar el millón de visitantes, cifra que, según su gerente, superarán en 2008.

Con vistas a la ampliación, el Museo del Prado decidió reforzar el área de atención al público. Por un lado, con más recursos económicos y técnicos. Por otro, creando nuevas plazas y las figuras del jefe de área y de coordinadora general de Atención al Visitante. Marina Chinchilla, que ocupa este último cargo, sostiene que "la clave de las mejoras está en el fortalecimiento de esta área, a la que se ha equiparado con otras en la estructura organizativa". Además, en el proceso de captación de benefactores, una sola marca, Telefónica, se ocupa ahora en exclusiva del patrocinio de la atención al público de la pinacoteca.
Esta política se ha traducido en nuevas áreas de descanso, un vestíbulo y zonas de acogida más apropiadas, dos mostradores de información con personal especializado, mejoras en los servicios de audioguías (pronto se incorporarán unas sólo para niños), un centro de atención al visitante y puertas específicas para canalizar la entrada de grupos, entre otras medidas. El resultado está siendo espectacular. El Prado ha visto cómo este año ha aumentado en un 20,73% el número de visitantes. Ya han pasado por él en 2008 más de 1.120.000 personas. En 2007 fueron más de 2.650.000.
El Reina Sofía recibió en 2007 1.570.000 visitantes, un 10% más que en 2006. Entre sus prestaciones más relevantes, Miriam García Armesto, su directora de Comunicación, subraya "los variados programas para personas con discapacidad y un profuso programa educativo". Las signoguías para personas con discapacidad auditiva son un ejemplo de servicio avanzado. Los abundantes talleres para familias y jóvenes son otra seña de identidad del museo, que proyecta una amplia mejora de sus señales -dada la ampliación- y la edición de un folleto experiencial con el que el visitante, de un vistazo, pueda conocer todo aquello que ese día encontrará en el museo.


#198
Manuel

Brutta e povera Italia

Hace mucho que los españoles, por lo menos los que salen en televisión, dejaron de distinguir qué se puede decir en público y qué en privado, y dejar de saber eso es una de las cosas más graves que le pueden ocurrir a una sociedad. Yo he visto a mujeres “normales” contar con una risita, en un programa, que su marido “se empeñaba siempre en metérsela por detrás”, o cómo una señorita desenfadada, en otro de “educación sexual”, manipulaba con desparpajo un vibrador y otros utensilios y enseñaba muy gráficamente la manera mejor de “mamarla” para darle gusto al consumidor. He oído soltar las mayores groserías y basteces a presentadores, tertulianos, periodistas e invitados, ufanos de emplear ante las cámaras un lenguaje de patio de prisión. Y estoy harto de ver series y películas cuyos doblaje o subtítulos no se corresponden con los diálogos originales, no sólo por las ignorantes traducciones, sino porque parece que haya la consigna de que todo el mundo encadene tacos sin parar, aunque no los haya en inglés. Si alguien dice “You are kidding”, que significa “Bromeas” sin más, y que en modo alguno es expresión malsonante, los subtítulos rezan invariablemente “Estás de coña”. Y si alguien dice “Maldito seas”, eso será convertido por los traductores en “Me cago en tu puta madre”, y siempre así. En contra de lo que creen los espectadores españoles, en el cine americano se oyen bastantes menos zafiedades de las que nos tragamos aquí. También he leído a columnistas disertar sobre sus “almorranas” o hablar de lo que leen cuando van al retrete.

Por fortuna, en la política, y salvo excepciones, aún se distingue un poco entre lo que puede decirse en privado y en público, y la prueba es que, cada vez que se ha pillado a un dirigente con un micrófono abierto que él creía cerrado, se le han oído expresiones normales en la vida privada (“Este tío es gilipollas” y cosas por el estilo), pero que se evitan a toda costa en las declaraciones. El disimulo, las formas, la hipocresía si se quiere, parecen aún cosas necesarias –y además son civilizadas–, y no sólo en lo que respecta al léxico, sino también a los contenidos. Ojalá eso nos dure en España, porque lo cierto es que se está abandonando en otros países, y las dejaciones suelen ser contagiosas. No es sólo que el muy patán Hugo Chávez lleve años insultando en público a todo bicho viviente que se le atragante, y que nadie –ni los insultados ni sus electores venezolanos– le dé un toque o le conteste. Es también el gañán Sarkozy quien les suelta cuatro frescas malhabladas a un periodista, a un colaborador o a un ciudadano que rehúsa darle la mano y complacer así su populismo. Pero la palma en esto se la llevan los políticos italianos que acaban de vencer en las recientes elecciones, los muy palurdos Berlusconi y Bossi. De sus dos anteriores etapas al frente del Gobierno –es deprimente que un país exquisito en tantos aspectos haya votado a semejante hortera ¡por tercera vez!–, del primero se conocen ya toda suerte de chascarrillos sin gracia y de mal gusto. El segundo no tiene reparo en hablar de fusiles calientes para combatir, cañonazos para las pateras y recurrir a otras metáforas bélicas –bueno, esperemos que sólo sean metáforas, que no lo sé–. El casi octogenario alcalde de Treviso, Gentilini, no tiene inconveniente en mostrarse orgulloso de lo que aprendió de la “mística fascista” y aplicarlo: el fascismo de Mussolini, aquel aliado de Hitler, aquel dictador que llevó a Italia al hundimiento. Y el nuevo alcalde de Roma, Alemano, no se corta a la hora de manifestar que no soporta a los gitanos y que va a arrasar sus campamentos por las buenas.
Lo que está sucediendo en Italia –o antes en Polonia, con los gemelos Kaczynski– es muy preocupante. Hay allí unos políticos triunfantes que han borrado los límites entre lo que se puede decir o no en público. Han optado por hablar y comportarse como muchos de sus electores, sólo que éstos no tienen ocasión de hacerlo más que en privado. Una forma superior de la demagogia consiste en no limitarse a decirle al pueblo lo que éste desea oír, sino en –además– adoptar en público los mensajes y el vocabulario brutales que en principio sólo son admisibles en ese ámbito privado, y así darles legitimidad. “Lo que tú dices en voz baja lo voy a decir yo en voz alta, delante de cámaras y micrófonos, y así te autorizo y te halago. Yo soy como tú en todo, mira, y además no me escondo. No te escondas tampoco tú. Sal y vótame”. Y la gente va y lo vota, al deslenguado, al desfachatado, al chulo, al matón, al que ha perdido los modales y la cortesía. Esto es muy alarmante y muy grave, porque un político, precisamente, nunca debe ser “como yo en todo”, o, si lo es, debe disimularlo y conducirse como alguien con responsabilidad y mayor saber, como alguien a quien se contrata para que no incurra en nuestras simplezas y exageraciones, ni en nuestras manías y arbitrariedades, y para que hable no como lo hacemos todos en la taberna, sino como requiere el foro. Que los políticos empiecen a expresarse como en las tabernas, sin cortapisas ni hipocresías, suele ser el primer paso hacia un fascismo real. Si quienes deben atemperar y matizar encienden los ánimos y sueltan barbaridades como las que casi todos soltamos en casa, es fácil que a continuación las barbaridades pasen a cometerse, porque entonces se recorrerá muy velozmente el trecho que suele ir del dicho al hecho.

Javier Marías, 18/05/08, EPS


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Manuel

Pienso, luego dudo

El escritor filósofo Henri Frédéric Amiel decía:

"El hombre que pretende ver todo con claridad antes de decidir, nunca decide".

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