Casi 20 años después de la caída del muro de Berlín, la cultura de las deportaciones, que parecía erradicada para siempre, vuelve a Europa.
¿En qué consiste?
Se empieza convirtiendo a unos grupos sociales determinados en responsables de todos los males de la sociedad.
Se sigue negando el reconocimiento y la condición de ciudadano a las personas que los componen, es decir, se les rebaja su condición humana.
Y se acaba proponiendo como solución el desplazamiento obligatorio de estas personas, ya sea para expulsarlas, ya sea para internarlas en lugares piadosamente llamados "centros de estancia temporal de inmigrantes".
Esto ocurre hoy, a la vista de todos, en una Europa que nació precisamente para que estas cosas no volvieran a ocurrir nunca más.
Las víctimas son ahora los inmigrantes que consiguen llegar a nuestras tierras sin papeles.
Como entonces, se trata por igual a hombres, mujeres y niños. La reagrupación familiar se ha convertido en una de las obsesiones de los Gobiernos, que ven en ella un coladero de ilegales. En algunas ciudades europeas, las familias tienen que esconder a los niños para que la policía no se los lleve. La Europa de las libertades y de la hospitalidad se ha convertido en la arena de una competición para conseguir el título de "Gobierno que más inmigrantes ha expulsado en un año".
El Gobierno de Sarkozy, en Francia, ha llegado a marcar una cifra mínima de expulsiones para que el ministerio del ramo apruebe su gestión. Con lo cual queda claro que no se expulsa a los inmigrantes porque se piense que así se resuelve algún problema, sino para dar satisfacción a los ciudadanos nativos, paralizados por unos miedos debidamente alimentados.
El Gobierno italiano de Berlusconi se ha estrenado con el anuncio de la caza del inmigrante y con una ley que convierte automáticamente al ilegal en delincuente. Con estos liderazgos no es extraño que la ciudadanía se anticipe a los acontecimientos y se produzcan las primeras turbas. Las palabras y los hechos de los gobernantes italianos -reclamándose del fascismo y lanzándose a la carga de los gitanos- han provocado cierta alarma e incluso la Unión Europea ha emitido alguna señal de preocupación. Con la nueva ley, decenas de miles de personas en Italia serán delincuentes por el solo hecho de estar allí. ¿En qué cárceles les meterán? ¿Vamos a volver a los tiempos de los campos de concentración? ¿Los echarán a patadas para que vuelvan a la primera oportunidad? El espectáculo de encarnizamiento con los parias es todo menos edificante. Hasta la Iglesia católica se ha dado cuenta. Inmediatamente han aparecido defensores de las hazañas berlusconianas: no hay peligro, Italia no va hacia el fascismo.
Y los argumentos con que se apoya la afirmación son dos:
primero, que la mano dura con la inmigración es lo que la gente quiere,
y segundo, que Italia sólo es pionera, que toda Europa camina hacia un periodo de endurecimiento. Dos argumentos nada tranquilizadores.
No porque todos lo pidan deja de ser lamentable.
Y no porque todos los países lo hagan dejará de ser condenable.
Al revés: entonces será ya mucho más difícil la marcha atrás. Lo que probablemente es cierto es que el virus de la cultura de la deportación ya había infestado Europa antes de que llegara Berlusconi. El Gobierno español ha ido reculando, bajo la presión del entorno mediático y político. Empezó con una regularización que fue un éxito porque convirtió en legales -es decir, en portadores de derechos y obligaciones- a 700.000 personas que estaban aquí. En vez de defender su acierto, se ha puesto a la defensiva y ha subido varios puestos en la copa de campeones de la expulsión de inmigrantes. La vicepresidenta Fernández de la Vega tuvo el honor de reaccionar ante las primeras machadas del Gobierno Berlusconi. Fue invitada al silencio.
En unos momentos en que las cosas cambian a una velocidad superior a la capacidad ciudadana de asumirlas, la sensación de inseguridad y desconcierto aprieta. Vuelven las melancolías de siempre: las religiones y los nacionalismos. Los Gobiernos se suman cargando contra la inmigración. La realidad es terca: continuarán los flujos de personas y la cultura de la deportación no acabará con ellos.
En vez de preparar a la ciudadanía para el futuro, se pagan sus miedos con monedas del pasado.
Y así se va tejiendo la ecuación inmigrante = ilegal = delincuente.
Así se va generando la espiral de los odios.
Se ha dicho estos días que el más bello eslogan del 68 era el que decía: "Todos somos judíos alemanes".
Se acerca el momento de salir a la calle a gritar: "Todos somos inmigrantes".
Josep Ramoneda 25/05/2008 - ElPaís
#203
Manuel
¿En qué consiste?
Se empieza convirtiendo a unos grupos sociales determinados en responsables de todos los males de la sociedad.
Se sigue negando el reconocimiento y la condición de ciudadano a las personas que los componen, es decir, se les rebaja su condición humana.
Y se acaba proponiendo como solución el desplazamiento obligatorio de estas personas, ya sea para expulsarlas, ya sea para internarlas en lugares piadosamente llamados "centros de estancia temporal de inmigrantes".
Esto ocurre hoy, a la vista de todos, en una Europa que nació precisamente para que estas cosas no volvieran a ocurrir nunca más.
Las víctimas son ahora los inmigrantes que consiguen llegar a nuestras tierras sin papeles.
Como entonces, se trata por igual a hombres, mujeres y niños. La reagrupación familiar se ha convertido en una de las obsesiones de los Gobiernos, que ven en ella un coladero de ilegales. En algunas ciudades europeas, las familias tienen que esconder a los niños para que la policía no se los lleve. La Europa de las libertades y de la hospitalidad se ha convertido en la arena de una competición para conseguir el título de "Gobierno que más inmigrantes ha expulsado en un año".
El Gobierno de Sarkozy, en Francia, ha llegado a marcar una cifra mínima de expulsiones para que el ministerio del ramo apruebe su gestión. Con lo cual queda claro que no se expulsa a los inmigrantes porque se piense que así se resuelve algún problema, sino para dar satisfacción a los ciudadanos nativos, paralizados por unos miedos debidamente alimentados.
El Gobierno italiano de Berlusconi se ha estrenado con el anuncio de la caza del inmigrante y con una ley que convierte automáticamente al ilegal en delincuente. Con estos liderazgos no es extraño que la ciudadanía se anticipe a los acontecimientos y se produzcan las primeras turbas. Las palabras y los hechos de los gobernantes italianos -reclamándose del fascismo y lanzándose a la carga de los gitanos- han provocado cierta alarma e incluso la Unión Europea ha emitido alguna señal de preocupación. Con la nueva ley, decenas de miles de personas en Italia serán delincuentes por el solo hecho de estar allí. ¿En qué cárceles les meterán? ¿Vamos a volver a los tiempos de los campos de concentración? ¿Los echarán a patadas para que vuelvan a la primera oportunidad? El espectáculo de encarnizamiento con los parias es todo menos edificante. Hasta la Iglesia católica se ha dado cuenta. Inmediatamente han aparecido defensores de las hazañas berlusconianas: no hay peligro, Italia no va hacia el fascismo.
Y los argumentos con que se apoya la afirmación son dos:
primero, que la mano dura con la inmigración es lo que la gente quiere,
y segundo, que Italia sólo es pionera, que toda Europa camina hacia un periodo de endurecimiento. Dos argumentos nada tranquilizadores.
No porque todos lo pidan deja de ser lamentable.
Y no porque todos los países lo hagan dejará de ser condenable.
Al revés: entonces será ya mucho más difícil la marcha atrás. Lo que probablemente es cierto es que el virus de la cultura de la deportación ya había infestado Europa antes de que llegara Berlusconi. El Gobierno español ha ido reculando, bajo la presión del entorno mediático y político. Empezó con una regularización que fue un éxito porque convirtió en legales -es decir, en portadores de derechos y obligaciones- a 700.000 personas que estaban aquí. En vez de defender su acierto, se ha puesto a la defensiva y ha subido varios puestos en la copa de campeones de la expulsión de inmigrantes. La vicepresidenta Fernández de la Vega tuvo el honor de reaccionar ante las primeras machadas del Gobierno Berlusconi. Fue invitada al silencio.
En unos momentos en que las cosas cambian a una velocidad superior a la capacidad ciudadana de asumirlas, la sensación de inseguridad y desconcierto aprieta. Vuelven las melancolías de siempre: las religiones y los nacionalismos. Los Gobiernos se suman cargando contra la inmigración. La realidad es terca: continuarán los flujos de personas y la cultura de la deportación no acabará con ellos.
En vez de preparar a la ciudadanía para el futuro, se pagan sus miedos con monedas del pasado.
Y así se va tejiendo la ecuación inmigrante = ilegal = delincuente.
Así se va generando la espiral de los odios.
Se ha dicho estos días que el más bello eslogan del 68 era el que decía: "Todos somos judíos alemanes".
Se acerca el momento de salir a la calle a gritar: "Todos somos inmigrantes".
Josep Ramoneda 25/05/2008 - ElPaís
#203
Manuel


De cada ciudad, el organismo gubernamental francés estudió cuatro museos o recintos monumentales. Lo hizo enviando en secreto a un equipo que inspeccionó minuciosamente las instalaciones e indagó en la atención que recibe el público. En Madrid estuvieron entre el 5 y el 15 de julio de 2007, en cinco visitas a los museos del Prado, Thyssen-Bornemisza y Reina Sofía, además del Palacio Real. Sobre un máximo de 1.000 puntos, los cuatro recintos madrileños obtuvieron una media de 847. Más de un 10% de ventaja respecto a la alcanzada por las 28 instituciones visitadas (740 puntos), que incluían el Louvre, el Musée d'Orsay, la Tate Modern, el British Museum, el Rijkmuseum, el Van Gogh de Ámsterdam, la National Gallery de Washington, el MOMA y el Museo del Vaticano, además de monumentos como la Torre Eiffel, el Empire State Building, el Coliseo romano, la Torre de Londres, el Bundestag, la estatua de la Libertad y el palacio de Versalles. El informe se presentará en público en junio.
Con vistas a la ampliación, el Museo del Prado decidió reforzar el área de atención al público. Por un lado, con más recursos económicos y técnicos. Por otro, creando nuevas plazas y las figuras del jefe de área y de coordinadora general de Atención al Visitante. Marina Chinchilla, que ocupa este último cargo, sostiene que "la clave de las mejoras está en el fortalecimiento de esta área, a la que se ha equiparado con otras en la estructura organizativa". Además, en el proceso de captación de benefactores, una sola marca, Telefónica, se ocupa ahora en exclusiva del patrocinio de la atención al público de la pinacoteca.
El Reina Sofía recibió en 2007 1.570.000 visitantes, un 10% más que en 2006. Entre sus prestaciones más relevantes, Miriam García Armesto, su directora de Comunicación, subraya "los variados programas para personas con discapacidad y un profuso programa educativo". Las signoguías para personas con discapacidad auditiva son un ejemplo de servicio avanzado. Los abundantes talleres para familias y jóvenes son otra seña de identidad del museo, que proyecta una amplia mejora de sus señales -dada la ampliación- y la edición de un folleto experiencial con el que el visitante, de un vistazo, pueda conocer todo aquello que ese día encontrará en el museo.
Por fortuna, en la política, y salvo excepciones, aún se distingue un poco entre lo que puede decirse en privado y en público, y la prueba es que, cada vez que se ha pillado a un dirigente con un micrófono abierto que él creía cerrado, se le han oído expresiones normales en la vida privada (“Este tío es gilipollas” y cosas por el estilo), pero que se evitan a toda costa en las declaraciones. El disimulo, las formas, la hipocresía si se quiere, parecen aún cosas necesarias –y además son civilizadas–, y no sólo en lo que respecta al léxico, sino también a los contenidos. Ojalá eso nos dure en España, porque lo cierto es que se está abandonando en otros países, y las dejaciones suelen ser contagiosas. No es sólo que el muy patán Hugo Chávez lleve años insultando en público a todo bicho viviente que se le atragante, y que nadie –ni los insultados ni sus electores venezolanos– le dé un toque o le conteste. Es también el gañán Sarkozy quien les suelta cuatro frescas malhabladas a un periodista, a un colaborador o a un ciudadano que rehúsa darle la mano y complacer así su populismo. Pero la palma en esto se la llevan los políticos italianos que acaban de vencer en las recientes elecciones, los muy palurdos Berlusconi y Bossi. De sus dos anteriores etapas al frente del Gobierno –es deprimente que un país exquisito en tantos aspectos haya votado a semejante hortera ¡por tercera vez!–, del primero se conocen ya toda suerte de chascarrillos sin gracia y de mal gusto. El segundo no tiene reparo en hablar de fusiles calientes para combatir, cañonazos para las pateras y recurrir a otras metáforas bélicas –bueno, esperemos que sólo sean metáforas, que no lo sé–. El casi octogenario alcalde de Treviso, Gentilini, no tiene inconveniente en mostrarse orgulloso de lo que aprendió de la “mística fascista” y aplicarlo: el fascismo de Mussolini, aquel aliado de Hitler, aquel dictador que llevó a Italia al hundimiento. Y el nuevo alcalde de Roma, Alemano, no se corta a la hora de manifestar que no soporta a los gitanos y que va a arrasar sus campamentos por las buenas.